Historiografía

viernes, 28 de junio de 2019

El paradigma de la conquista de México


Nos proponemos presentar un análisis sobre las respuestas que el antropólogo e historiador francés, Nathan Wachtel (1992), el semiólogo e historiador búlgaro, Tzvetan Todorov (2003) y la antropóloga e historiadora australiana, Inga Clendinnen (1993), presentan a una pregunta poco habitual que la conquista española de México suscitó, “¿por qué esta victoria fulgurante, cuando la superioridad numérica de los habitantes de América frente a sus adversarios es tan grande, y cuando están luchando en su propio terreno? (Todorov, 2003:59). La metodología para resolución elegida consta de dos partes: por un lado, reponer las hipótesis enunciadas por cada uno de estos historiadores; por otro, elaborar una comparación entre los principales criterios que fueron rescatados por cada uno para justificar las causas que condujeron al triunfo español sobre las sociedades originarias. 
Resultado de imagen para Todorov, Tzvetan, La conquista de América. El problema del otro, Siglo XXI,En primer lugar, la hipótesis de Wachtel (1992:173-174) es que esta victoria sobre los amerindios se debe a un largo proceso de desintegración en varios niveles, luego de inicialmente haber sufrido un choque cultural y psicológico. Defiende que si bien los invasores se beneficiaron de la superioridad de las armas y algunas divisiones políticas y éticas del mundo indígena, el impacto principal fue psicológico. Pero no sólo el de la llegada del hombre blando y la muerte de los antiguos dioses, sino también que los conquistadores se sirvieron de las de las instituciones nativas preexistentes y las desarticularon, perviviendo apenas parcialidades pero fuera de los contextos que les había dado sentido, afectando estas sociedades a nivel demográfico, económico, social e ideológico. Así mismo, para Todorov (2003) los conquistadores fueron “indiscutiblemente superiores a los indios en la comunicación interhumana” (p.105). Presenta la conquista de los mexicas posibilitada por la forma cíclica de entender el tiempo, su comunicación cosmológica y ritual, las interpretaciones limitantes de los presagios, la  incapacidad de improvisar frente a los conquistadores o de comunicarse y hacerse entender. Desde otra postura, Clendinnen propone una revisión de los fundamentos sobre la naturaleza del contraste entre los dos pueblos, retomando el consenso que hay entre los historiadores, de que la Conquista se consigue en dos fases, aunque muchos se centran apenas en la primera para explicar el triunfo. Argumenta que es sólo en la segunda fase que tenemos “evidencias suficientemente sólidas que permitan un análisis detallado sobre cómo españoles e indios se percibieron el uno al otros” (1993:16). Atribuye la victoria de los conquistadores al hecho de que en la conducta de los nativos hubieron principios que ellos no lograron quebrantar, aunque fueron flexibles y creativos en su forma de hacer frente a la guerra.
En segundo lugar, para comprender mejor estas posturas me propongo comparar los puntos principales que estos autores presentan para justificar sus hipótesis. Con un enfoque opuesto a los otros historiadores, el semiólogo búlgaro presenta sus conjeturas desde el dominio de los signos por parte de Cortés, mientras que los otros toman como base para sus teorías un estudio antropológico. Tanto él como antropólogo francés concuerdan con la influencia de factores externos como la superioridad de los europeos o la fragmentación de las instituciones respectivamente. En este punto la antropóloga australiana argumenta desde la incapacidad de enajenación (aculturación) de valores propios de los aborígenes que los hicieron perder en la guerra. Particularmente el antropólogo francés reconoce el proceso de Conquista como resultado de un proceso de reintegración a todos los niveles que tomó distintas formas como sincretismo, resistencia, hibridación e hispanización.
Resultado de imagen para Leslie Bethell (ed.), Historia de América Latina. Tomo I, Crítica, Barcelona, 1992.
En su interés de retratar la reacción de los nativos de América frente a ese encuentro con otro diferente, Wachtel resalta las reacciones ante los nuevos usos de las instituciones luego de la invasión por los españoles, se enfoca en documentos indígenas y estudios que le permiten presentar un cuadro más amplio de la visión de los vencidos, si bien ambos grupos sufrieron pérdidas, los indios sobrellevaron no sólo la fragmentación de sus instituciones, sino una desintegración del mundo nativo en varios niveles. Por un lado el descenso demográfico, producido por: las nuevas enfermedades que produjeron epidemias, según Todorov una guerra bacteriológica; exacciones de impuestos y las guerras, entre otros. Por otro lado, también alimentada por el vacío ideológico que había dejado la desaparición de las estructuras del estado y el abandono de las normas tradicionales de conducta (reciprocidad y redistribución). Desde otro la hispanización de las estructuras política y administrativas, mediante la implantación de Cabildos formados por gobernadores, alcaldes y regidores elegido por uno o varios años, deviniendo particularmente en México la diferenciación de gobernador y tlatoani, dado a que personas diferentes ocupaban el cargo. En contra partida, enfocado en la exaltación de la civilización europea como índice de evolución mental, Todorov escruta los informes y cartas de Cortés, las crónicas españolas y de los relatos indígenas, en los que por un lado, conceptualiza Moctezuma como un rey despótico, estéril y fatalmente indeciso por la “mancha” de una religión irracional, aquel maestro en el arte del discurso ritual pero que no puede producir mensajes apropiados y efectivos, por otro lado, Cortés como un hombre fértil en recursos un maestro de la comunicación interhumana que podía servirse de Malinche una nativa que entendía ambos idiomas, modelo de hombre europeo, despiadado, pragmático, soberbiamente racional en su inteligencia manipulativa, en su flexibilidad estratégica y en su capacidad para decidir un curso de acción y persistir en el, en consonancia con Wachtel poseedor de un despliegue armamentístico que lo favorecía.
New World Encounters by Stephen GreenblattContrariamente Clendinnen en la relectura de los hechos desestima el supuesto uso instrumental de la comunicación para el dominio del otro haya favorecido a los españoles. Aunque al precisar la segunda fase como la que se define la Conquista, también recupera escritos que retratan informes y relatos, así como algunas de las cartas de Cortés correspondientes a la segunda fase de la conquista. Al contrario del Cortés de Todorov, según ella él no pudo entender todo lo que sucedía, dado que Malinche si bien funcionaba como interprete, por su clase social y genero, desconocía hechos que hacia a la vida pública y ministerial del rey que hacían parte de los altos y publico asuntos de los hombres, le faltaban herramientas para resignificar las palabras o los actos no verbales (regalos, protocolos) y así tener una correcta herméutica. Tampoco era un notable líder en el combate, carecía de despliegue, si bien sabia como comprar aliados y armar espectáculos, también era manipulado por los indios como en episodio de Cempoalla. Su postura es que la comunicación fue defectuosa o errónea, ninguno de los lideres pudieron tener el control de las comunicaciones, de igual forma las enfermedades o guerra bacteriológica generó pérdidas en ambos lados. La clave estaba en la forma de entender la guerra, dado que para los mexicas seguía teniendo un carácter ritual pero no hubo en el otro bando una recepción cultural de este principio.
Por otro lado, para conceptualizar la forma en que los indígenas actuaron, vemos que Wachtel describe la fuerte resistencia a la colonización y al cristianismo, una reacción que desemboca por ejemplo en el asesinato de los sacerdotes y quema de las cruces en Tlaltenango. En esta resistencia, los chichimecas (mexicas barbaros) comenzaron a atacar a los españoles y usar sus caballos, en contraposición a la mistificación de estos animales, defendido por Todorov. Quien resalta la importancia que ellos daban su comunicación con el mundo, hecho que los imposibilitaba a entender el encuentro como algo entre humanos sino como algo sobrenatural. Entienden la derrota como parte de los presagios hecho paralizador que disminuye su resistencia. Además de la ya mencionada ineficacia en la emisión de mensajes por rey cautivo, idea combatida por Clendinnen. Ella, presenta cómo desde el momento de la captura de Moctezuma se elige un Nuevo Gran Orador, aunque Cortés lo ignore. Por otro lado, los mexicas fueron capaces a adaptarse a muchas de las conductas de los españoles (en lo referido al sitio, a la toma de los estandartes), pero no pudieron quebrantar la medida básica de un hombre, que era tomar vivos a los preciosos cautivos. Persistieron en esto último, no se rindieron y prefirieron morir.

Bibliografía:
Clendinnen, Inga, “‘Crueldad Feroz y antinatural’: Cortés y la Conquista de México”, en Greenblatt, Stephen (comp.), New World Encounters, Berkeley, University of California Press, 1993.
Todorov, Tzvetan, La conquista de América. El problema del otro, Siglo XXI, México, 1992. Capítulo 2: “Conquistar”.
Wachtel, Nathan, “Los indios y la conquista española”, en Leslie Bethell (ed.), Historia de América Latina. Tomo I, Crítica, Barcelona, 1992.

El Tahuantinsyu


Los Andes centrales y meridionales estaban habitados por decenas de grupos[1] distintos con una población muy variada antes del surgimiento del estado inca (Tahuantinsuyu) que logró imponer un aparato político y militar a todos estos grupos étnicos, mientras seguían confiando en la jerarquía de los señores o curacas. De esta forma permanecía en la cima de esta inmensa estructura de formación parcelada de unidades interconectadas
Imagen relacionadaLos ayllu (análogo a los calpulli mexicanos) son presentados por Wachtel (1992:177) como la unidad básica de los diferentes grupos étnicos, en sintonía con él, Murra (2004:45) agrega que obedecían un sistema de tenencias de parentesco. Ambos autores concuerdan en la posesión colectiva de un territorio concreto, el cual muchas veces no estaba conectado, en el que cada campesino desarrollaba los medios para alimentarse a sí mismo y a su unidad doméstica. Esto se debe a que una unidad familiar podía reclamar un trozo de tierra en cada uno de los diferentes sectores ecológicos (quishwa)[2], reunir productos complementarios de diferentes altitudes y los animales para esta producción, así como también la mano de obra necesaria en un sistema de reciprocidad[3]. Teniendo siempre en cuenta que los pastos eran sostenidos por la comunidad y la tierra cultivable repartida a las unidades familiares domésticas en proporción a su tamaño.
Para realizar su ideal de autosubsistencia los asentamientos de las tierras altas enviaban colonos (mitmaq) a los asentamientos o colonias complementarias de altitudes más bajas, así accedían a la producción de los valles cálidos, de modo que la población de sus pequeñas islas (ayllus) aparecía entremezclada; pero desde los centros de donde procedían no ejercían control político sobre los territorios que estaban situados en medio, y de esta manera formaban archipiélagos verticales de distinto tamaño permitiendo una complementariedad vertical. Una característica propia andina es que en cada altitud o pisos ecológicos del altiplano se desarrollaba un tipo específico de cultivo. En el modelo de archipiélago vertical cada etnia se esforzaba por controlar un máximo de pisos y nichos ecológicos para aprovechar los recursos que se daban sólo allí, los cuales podían quedar a muchos días de camino del núcleo de poder. Aunque el grueso de la densa población permanecía en el altiplano, la autoridad étnica mantenía colonias permanentes asentadas en la periferia para controlar los recursos alejados. Estas islas étnicas, separadas físicamente de su núcleo pero manteniendo con éste un contacto social y un tráfico continuo, formaban un archipiélago, un patrón de asentamiento típicamente andino. Los moradores en las islas periféricas formaban parte de un mismo universo con los del núcleo, compartiendo una sola organización social y económica.
El sistema de intercambio[4] establecido entre un nivel y el siguiente obedeció desde una transición gradual de reciprocidad basada en la simetría y la igualdad, hasta una reciprocidad jerárquica y desigual. Se pueden percibir dos niveles de trabajo de los súbditos del Inca: el primero, ya explorado, presente en el ayllu en el cual el parentesco seguía regulando la organización del trabajo, la distribución de la tierra y el consumo de lo que se producía basados en el antiguo modo de producción comunal que permanecía vigente; el segundo, es el del sistema imperial, el cual proveía al Estado de la energía indispensable para el desarrollo de una infraestructura (graneros, fortalezas, caminos, etc.) de diferente naturaleza.
Imagen relacionadaEn el segundo, conocido como sistema estatal de mit’a[5], donde todos los varones casados y que poseyesen chácara, estaban obligados a tributar al Estado energía (en fuerza de trabajo) y no en especie, esta prohibición “distribuía los riesgos de la agricultura serrana y protegía las reservas locales destinadas a las subsistencia” (Stern, 1986:138). Este sistema se encontraba sedimentado sobre el modelo de las obligaciones recíprocas comunales[6] que eran conocidas y comprendidas por todos, pero implementado de manera rotativa de forma que los ayllus podían distribuir las necesidades o las obligaciones de trabajo colectivo conforme a las reciprocidades locales cumpliendo con las contribuciones iguales de tiempo de trabajo por los grupos de parentesco de la comunidad. En contrapartida el Estado suministraba obligatoriamente la comida y chicha al mit’ayoq, las semillas y herramientas, además asumía todos los riesgos de la cosecha. Que era almacenada por el estado en enormes depósitos, de cuyo contenido aprovechaba sólo una parte con fines cortesanos, pero como principales propósitos, el suministro militar y acumular para tiempos de carestías así evitar la hambruna.  
A principio de su administración el Virrey Toledo envió misiones visitadoras que recompilaron la información demográfica y económica necesaria para establecer un sistema planificado de extracción en proporción a las diversas cifras tributarias de los repartimientos, los tributarios pasaron a ser, varones sanos de 18 a 50 años de edad, los tributos ahora recibidos parte en oro o plata y el resto en especie, hecho que fragilizaba y desprotegía la autonomía económica local pues además de exigir el tiempo excedentario de la comunidad, eliminaba la protección de las reservas de la comunidad y del ayllu, contando también con la exigencia de pagar los tributos en años de malas cosechas, y la poca revisión para tener en cuenta las pérdidas demográficas ocasionadas pro la mita colonial.
Resultado de imagen para Leslie Bethell (ed.), Historia de América Latina. Tomo I, Crítica, Barcelona, 1992. Por otro lado, para solucionar el problema de la mano de obra, se implementó la mita colonial, que es un sistema de leva que exigía contingentes del máximo de una séptima parte de mano de obra para trabajo forzoso basado en las cifras tributarias, en las minas, obrajes, agricultura, ganadería y en las tierras azucareras. Los mitayos trabajarían en períodos específicos fuera de sus comunidades luego eran sustituidos por los que venían a relevarlos, además seguían con la costumbre de llevarse parientes y comida de la comunidad para deducción del costo y contención para el tiempo en que estuviesen lejos de sus residencias nucleares. En estos períodos estaban expuestos a una relación brutal de extracción de trabajo, quedando el Estado como regulador de los modestos salarios que podían llevar meses ser cobrados, de las condiciones de trabajo, de las raciones de comida que no incluían la coca indispensable para los Andes y la asignación de los cupos de mitas a los empresarios coloniales. Los colonizadores imponían uno ritmos de producción imposibles de alcanzar de forma que los mitayos se veían obligados a utilizar la fuerza de trabajo de sus familiares y realizar transacciones comerciales que reducían su salario neto. Las jornadas largas y en condiciones peligrosas afectaban a la salud y al posterior rendimiento cuando regresara a la comunidad, si es que lo hacia, afectando directamente la producción y las reservas del ayllu. Cuanto más se llevaban de la comunidad para amortizar en los gastos de la vida en la mita, más se veía afectada la economía de subsistencia de su hogar y la comunidad porque no había quien se ocupara de la producción del campo comunitario y del ayllu. El periodo en que se ausentaban producía la erosión en el sistema de cambio recíproco y la corrosión de las relaciones sin las cuales la familias no podían sobrevivir ni reproducirse. Generando que a su regreso normalmente encontrase tierras empobrecidas o no labradas y dificultades en recurrir a la asistencia laboral mutua.
Es interesante observar cómo la implementación del tributo y de la mita colonial dispuestos por el Virrey Toledo anularon la socialización de riesgos de la producción vigente bajo el Tawantinsuyu, dado que pusieron en “peligro las reservas de subsistencia, disminuyeron la masa nuclear de fuerza de trabajo disponible y perturbaron las relaciones y las actividades que anteriormente constituían ciclos anuales renovables de producción y reproducción en el ayllu” (Stern,1986:147).
Bibliografía:
Murra, John, “En torno a la estructura política de los inka” y “Los límites y las limitaciones del ‘archipiélago vertical’ en los Andes”, en Murra, Jonh, El mundo andino. Población, medio ambiente y economía, Instituto de Estudio Peruanos Pontífica Universidad Católica del Perú, Lima, 2004 (pp. 43 a 56 y 126 a 131).
Stern, Steve J., Los pueblos indígenas del Perú y el desafío de la conquista española, Alianza, Madrid, 1986, Capítulo 3: “Una divisoria histórica’ (fragmento) y Capítulo 4: “La economía política del colonialismo”, pp.128-218
Wachtel, Nathan, “Los indios y la conquista española”, en Leslie Bethell (ed.), Historia de América Latina. Tomo I, Crítica, Barcelona, 1992.


[1] “Los chupadlos de la región de Huánuco (…)10.000 personas, mientras que los lupacas (…) 100.000 habitantes”. Nathan Wachtel, “Los indios y la conquista española”, en Leslie Bethell (ed.), Historia de América Latina. Tomo I, Crítica, Barcelona, 1992:177.
[2] John Murra, “En torno a la estructura política de los inka” y “Los límites y las limitaciones del ‘archipiélago vertical’ en los Andes”, en Murra, Jonh, El mundo andino. Población, medio ambiente y economía, Instituto de Estudio Peruanos Pontífica Universidad Católica del Perú, Lima, 2004:45.
[3] “Cada cabeza de familia tenía derecho a solicitar a sus relaciones, aliados o vecinos para venir a ayudarle a cultivar su parcela de tierra; a cambio, estaba obligado a repartir después alimentos y chicha, y además a ayudar cuando se lo solicitaran. Esta ayuda mutua era la base ideológica y material de todas las relaciones sociales y regía todo el proceso de producción.” Wachtel,1992:177.
[4] “(…) entre los miembros del ayllu en la base; dentro de las mitades, y en el grupo étnico al servicio de un curaca; y al nivel del imperio en el servicio al Inca” Wachtel,1992:178.
[5] O turnos de los trabajos totales de la comunidad. Steve J. Stern, Los pueblos indígenas del Perú y el desafío de la conquista española, Alianza, Madrid, 1986, Capítulo 3: “Una divisoria histórica’ (fragmento) y Capítulo 4: “La economía política del colonialismo”, p.136.
[6] Todas la tareas eran asignadas a unidades domésticas y no a individuos, de modo tal que todos los habitantes de la aldea trabajaban de forma colaborativa, sin llevar paga alguna. Murra, 2004:46-47.

El caso de Brasil




Resultado de imagen para Buffington, Criminales y ciudadanos en el México moderno, Buenos Aires, Siglo XXI, 2001El politólogo brasileño Murilo de Carvalho (Murilo, 1997: p. 81) al analizar la etapa final de la colonia en el Brasil, presenta como antes de la llegada de la corte portuguesa no existía algo que pudiera llamarse patria brasileña, sino un archipiélago de capitanías sin unidad política y económica. Hecho que contribuía en la dificultad de la construcción del panteón cívico constitutivo de la identidad nacional, para el cuál era crucial la importancia de la creación de la figura del héroe[1]. Afirma que: en primer lugar, existen algunos casos donde los héroes son precedentes al nuevo orden de cosas; en segundo lugar, en otros casos se verifican una menor profundidad popular; en tercer lugar, que la creación de los símbolos no es arbitraria. Nos proponemos explicar estas afirmaciones teniendo especialmente presente las características de la política y la sociedad brasileña luego de la independencia. Recordando que los héroes deben responder de algún modo como soporte de la identificación colectiva, el medio para llegar de manera eficaz a la cabeza y el corazón de los ciudadanos, ser la cara de la nación.
Esta nación, que según el análisis de Benedict Anderson (Buffingtom, 2001: p. 10) consiste en un artificio cultural imaginario: “limitada” en su extensión por sus fronteras espaciales; “soberana” por derecho propio; una “comunidad” concebida como una inmensa confraternidad horizontal conciliada por la soberanía “popular” de una ciudadanía imaginaria. El concepto de ciudadanía para Marshall (Murilo, 1995: pp. 9-12) presenta tres elementos constitutivos: los derechos civiles, que garantizan la vida en sociedad; los derechos políticos, que garantizan la participación en el gobierno de la ciudad; y los derechos sociales, que garantizan la participación en la riqueza colectiva.  Donde los ciudadanos pueden ser considerados plenos si gozan de los tres tipos de derechos, incompletos si gozase apenas algunos de ellos y no ciudadano aquél que no se beneficia de ninguno de ellos. En el caso brasileño los derechos políticos persistieron extremadamente precarios, los civiles prácticamente inexistentes y los sociales tímidamente presentes, mediante algunas medidas luego de la firma en 1919 del Tratado de Versalles y del ingreso del país a la Organización Internacional del Trabajo. La declaración de independencia que fue en 1822 no presentó cambios notables al pasar de una forma de gobierno a otra en el progreso de los derechos, dado que la independencia no significó la conquista inmediata de los derechos de la ciudadanía. Debido a que no había una sociedad política; no había repúblicos, esto es, no había ciudadanos[2].
El Brasil heredó una tradición cívica poco alentadora, por un lado, una enorme colonia dotada de unidad territorial, lingüística, cultural y religiosa; por otro, una población analfabeta, una sociedad esclavista que negaba la condición humana del esclavo, quien tuvo que esperar hasta 1888 para la abolición de la esclavitud, aunque eso no significase igualdad efectiva; así como, una economía latifundista (prácticamente ajena a la ley) y monocultora, también se desarrolló la ganadería y la minería; además, un Estado policial y fiscalizador comprometido con intereses privados. La combinación de esclavitud y latifundio era negativa para la formación de futuros ciudadanos, dado que el esclavo carecía de derechos civiles, impedía el desenvolvimiento de las clases sociales y de un mercado de trabajo. Ni mismo los blancos eran todos iguales ante la ley, sino que el ciudadano común recurría a la protección de los grandes propietarios, quedando a merced de los más fuertes y de los coroneles, demostrando el conflicto entre el poder del Estado y el poder particular de los propietarios, en un Brasil que hasta 1930 era un país rural con una economía exportadora de productos primarios[3]. El coronelismo, por su parte, impedía la democracia porque negaba los derechos políticos, dado que en sus haciendas y territorios imperaba sus leyes, sus trabajadores y agregados no eran ciudadanos del Estado brasileño, sino súbditos del coronel.
Resultado de imagen para Sabato, Hilda (coor.), Ciudadanía política y formación de las naciones, FCE y el Colegio de México, México, 1999.La educación luego de la expulsión de los jesuitas en 1759, pasó a manos del gobierno, pero de forma totalmente inadecuada. En 1872, 50 años después de la independencia, sólo 16% de la población sabia leer. La aceptación de una jerarquía social de múltiples estratos continuó caracterizando a la sociedad brasileña durante la mayor parte del siglo XIX, en donde el paradigma jerárquico brindó un medio de asegurar el orden social porque disipaba las tensiones sociales. En el caso mexicano, los nacionalistas reconocieron que para dotar de vida a su comunidad imaginaria se requería la reconstrucción del súbdito colonial y uno de los medios era la educación. A la hora del ejercicio de los derecho civiles y políticos, leer y escribir constituía una poderosa herramienta, pero no interesaba ni a los señores de esclavos ni a la administración colonial brasileña difundir esa arma cívica. Se puede verificar en el Brasil que los derechos civiles beneficiaban a pocos y los derechos políticos estaban limitados a una parte muy pequeña de la población. En América española la realidad era muy diferente, a fines de la época colonial había cerca de 23 universidades, tres de ellas en México.
Desde el contexto presentado queremos analizar la construcción del panteón cívico constitutivo de la identidad nacional. En primer lugar, existen algunos casos donde los héroes son precedentes al nuevo orden de cosas o el surgimiento de la nación moderna, como en el caso de la América española. En la que el proceso independentista se dio mediante grandes campañas de liberación con movilización tanto de ejércitos y caudillos libertadores como Simón Bolívar, José de San Martín, Bernardo O’Higgins o Antonio José de Sucre, como de jefes populares, en el caso mexicano de Miguel Hildalgo y José María Morelos. México aspiraba la condición de nación moderna, luego de la independencia, y pese a casi un siglo de guerras civiles por el control político, en su mayoría las elites mexicanas definieron el progreso político económico y social en términos nacionalistas. En el cual una colectividad marcadamente heterogénea pasó a ser el “pueblo” mexicano, al menos en la imaginación oficial, además la clase gobernante aplicó un nutrido repertorio de políticas sociales para inducir la formación de auténticos ciudadanos. Porfirio Diaz, así como algunos invetigadores han señalado la importancia de actividades estatales como la educacion pública laica para la consolidación nacional, así inculcar valores modernos y fomentar la identidad nacional a través de una reconstruccion del pasado en la que insistia o se imaginaba como la experiencia historica común a todos mexicanos.
Resultado de imagen para La formación de las Almas. El imaginario de la república en el Brasil, U. de Quilmes, Buenos Aires, 1997.En segundo lugar, refiriéndonos al caso de Brasil en el que desde la colonia hubo pocas manifestaciones cívicas y con movimientos independentistas de menor profundidad popular. Donde aun cuando el pueblo lo apoyó no tuvo en ella un papel decisivo en comparación con los Estados Unidos e incluso con la América Española, de esta forma sería incorrecto afirmar que fue fruto de una lucha popular por la libertad. El Brasil no tuvo una larga y sangrienta guerra de independencia, sino que fue un proceso pacífico y negociado. En el cual los principales jefes de la independencia fueron el hijo de rey de Portugal, el príncipe don Pedro y un alto burócrata metropolitano brasileño, José Bonifacio de Andrada e Silva. Quienes lograron la independencia de Portugal luego del pago de una indemnización de dos millones de libras esterlinas, convenida gracias a la mediación inglesa. De este modo se había independizado sin convertirse en nación y sin alterar su estructura social ni el concepto de individuo dentro de ella. El Brasil colonial estaba conceptualmente dividido en estados, aunque no pueda ser considerado como ejemplo acabado del modelo estamental dado que vivía dos vidas simultáneamente: una del Ancièn Regime, de órdenes y jerarquías horizontales, y otra, nueva, en la cual los ciudadanos ejercían poder de manera igualitaria, eligiendo a sus representantes a través de comicios, pero en donde los valores de la libertad individual no pesaban mucho.
Luego de la independencia se implantó un gobierno al estilo de las monarquías constitucionales europeas. El constitucionalismo exigía la presencia de un gobierno representativo, basado en el voto de los ciudadanos y en la separación de poderes políticos. Constituido mediante una elección indirecta, frecuentada por muchos, sea porque los convocaban sus patrones, las autoridades, los jueces de paz, los delegados de la policía o los comandantes de la Guardia Nacional. Con un voto masculino adulto y de carácter censitario, en el cuál los analfabetos podían ejercer su derecho, aunque esto último fue restringido luego de la reforma de 1881 y sin cambios tanto luego de la proclamación de la República en 1889, como durante el gobierno de las oligarquías estatales o coronelismo. Muchos de ellos jamás habían votado durante la colonia, tampoco sabían qué significaba un gobierno representativo, además como no fue revolucionario el aprendizaje democrático tuvo que ser, forzosamente, lento y gradual. La ideología liberal en la medida en que se preocupaba por promover la igualdad, destruyó el lugar particular que se había reservado para los negros y mulatos dentro del viejo sistema de una sociedad de órdenes, no tomó en cuenta la esclavitud sino que la hizo un lado como si no existiese, fue vista como un mal necesario pero no positivo con un racismo implícito en los abolicionistas pasando luego de la abolición a un racismo científico. Esta nueva ideología repercutió directamente sobre el destino de la gente de color en la restricción del derecho a portar armas por parte de los negros libres, o la organización por separado de milicias armadas en un ejército en que sus filas estuvieron predominantemente formadas por afrobrasileños, extintas luego de la independencia, aunque aquellos que pertenencias a los rangos militares más bajos fueron relegados de sus cargos. Repercutió también en las cofradías o las irmandades como estructuras comunales de contención y ayuda mutua, dado la aplicación de principio del capitalismo como la igualdad e individualismo y una mayor secularización que contribuyó a que el Estado no las considerase como expresiones de intereses de grupo. En su lugar se originaron los cantos, que eran grupos de hombres libres y esclavos, disponibles para ser contratados. También trascendió en la imitación para participación en las elecciones dado que lo criados de servir serían excluidos, siendo los agregados clave del éxito electoral, Brasil se erigía como una democracia racial. De esta forma el liberalismo y la introducción de una sociedad de clases significaron menores oportunidades y una existencia mas dura para la gente de color en Brasil.
En esta sociedad rural dominada por grandes propietarios, el pueblo a menudo encontraba otras formas de manifestarse, aunque ninguno de los levantamientos populares tuvo un programa y ni siquiera ideas claras sobre sus reivindicaciones sino que luchaban por los valores que amaban. La yuxtaposición del carácter multirracial de la sociedad y la continuación de la esclavitud negra en todo el territorio presentaba problemas especiales para la configuración de una ideología coherente, en sintonía con eso, muchos abolicionistas aducían la razón nacional como justificativa para su causa. La esclavitud consistía también en un peligro para la defensa nacional, pues impedía la formación de un ejercito de ciudadanos y debilitaba la seguridad en la retaguarda, además muchos libertos también tenían esclavos. Para miles de esclavos no existía ni un mínimo de libertad individual y mucho menos ciudadanía, los esclavos en cuanto propiedad constituían una categoría regulada; pero lo negros libres no eran legalmente diferentes de los blancos y con escasas excepciones, desaparecían de las leyes, presupuestos y discursos oficiales, educación y empleo. De esta forma el prejuicio racial en Brasil ha dado origen a un siempre cambiante, ambiguo y mal definido juego de encuentros raciales.
Resultado de imagen para Desenvolvimiento de la ciudadanía en Brasil, Fondo de Cultura Económica y el Colegio de México, México, 1995.A fines el siglo XVIII estallaron cuatro revueltas, tres de ellas encabezadas por elementos de la élite, en su mayoría para protestar contra la política metropolitana y a favor de la independencia de ciertas comarcas de la colonia. Dos tuvieron lugar en donde se hacia sentir la fuerza del fisco con mayor peso que es la región de minas de oro y diamantes. El movimiento conocido como Desconfianza Minera (1789), que fue reprimido antes de que los rebeldes pasaran a las vías de hecho, estaba encabezado por militares, hacendados, sacerdotes, poetas y magistrados quienes intentaron establecer en Minas Gerais una república independiente. Una revuelta de tipo racial y social tuvo lugar en 1798 en Bahía, la cual fue reprimida con rigor, estaba encabezada por militares de baja graduación, artesanos y esclavos, casi todo negros y mulatos quienes luchaban contra esclavitud y el dominio de los blancos. La Revolución Pernambucana o Revolución de los Padres (sacerdotes) en 1817, fue la última y más importante del período colonial, llegaron a controlar el gobierno durante un par de meses, hasta que fueron derrotados, estos rebeldes eran militares de alta graduación, comerciantes, propietarios y sacerdotes quienes proclamaron una república independiente que además de Pernambuco incluía las Capitanías de Paraíba y de Rio Grande do Norte, se hablaba de patriotas y no ciudadanos, pero de un patriotismo pernambucano y no brasileño.
En tercer lugar, refiriéndonos a como la creación de los símbolos no es arbitraria, es importante entender que el Brasil era una construcción política unido por la continuidad geográfica, un acto de la voluntad nacido más de la mente que del corazón, puesto que la identificación emotiva era con la provincia. Aun después de la independencia la idea de patria continuó siendo ambigua, dado que el patriotismo continuaba siendo provincial, de esa forma la bandera de la República, el himno, la leyes nada tenían que ver con el Brasil. Eran siempre referidos, al territorio de la capitanía y a sus recursos naturales, los argumentos que presentaban a favor de la independencia. Como careció de un proceso de luchas por la libertad alguno de los factores que más contribuyeron a la formación de identidad brasileña fue: el movimiento abolicionista (1881); la proclamación de la Republica (1889); la guerra del Paraguay (1865-1870). En esta guerra se verificó un autentico entusiasmo cívico, manifestado tanto en los batallones patrióticos, como la aparición de la bandera nacional en los periódicos y revistas, así como en las poesías y canciones populares la lealtad a la patria aparecía por sobre la debía a la familia o provincia.
Si bien la República fortaleció las lealtades provinciales en detrimento de la lealtad nacional, tuvo mayor adhesión de las élites económicas y de los sectores urbanos medios, pero contó con una marcada resistencia de los movimientos populares. La población a pesar de que no participaba en la política oficial, de que no votaba, tenía alguna noción sobre los derechos de los ciudadanos y los deberes del Estado, aceptaban al Estado siempre y cuando no violase el pacto implícito de no intervenir en su vida privada y de no oprimirlo con impuestos excesivos. Conscientes de la falta de apoyo popular los republicanos intentaron legitimar el régimen manipulando los símbolos patrios y creando un panteón de héroes republicanos, buscando quién podría funcionar como encarnación de la ideas y aspiraciones populares, como punto de referencia, un símbolo colectivo poderoso al servicio de la legitimación de la República, que cumplía con los requisitos para ser considerado héroe nacional. Como la bandera y el himno ya consistían en símbolos cívicos y los fundadores de la República no contaban con asenso popular, se recurrió a la figura de Tiradentes uno de los jefes de la Desconfianza Minera. Este movimiento fue delatado por Joaquín Silvério de los Reyes al gobernador de la provincia, a cambio del perdón de sus deudas con el gobierno. Los inconfidentes fueron arrestados y condenados. Mientras Tiradentes fue ahorcado y tuvo su cuerpo descuartizado, los otros fueron exiliados en África.
La Inconfidencia Minera se transformó en símbolo máximo de resistencia para los mineros, a ejemplo de la Guerra de los Farrapos para los gauchos, y de la Revolución Constitucionalista de 1932 para los paulistas. Seguramente la elección de Tiradentes como héroe nacional también se dio por la trascendencia de su ubicación geográfica, dado que a partir de la mitad del siglo XIX, su capitanía era considerada como una de las que estaban en el centro político del país. Su trascendencia popular pudo ser notada por varias cuestiones: por un lado, la conmoción popular que generó su condena y ejecución, evidenciada en la tristeza popular cuando en Rio de Janeiro los ahorcamientos eran ocasión de gran excitación y regocijo; por otro, la adopción de la bandera que idearon por el estado de Minas Gerais con su lema "Libertad, aunque tardía” en latin; así como, su figura de mártir que supo morir sin trazos de temor pues se sacrificaba por un ideal, elevado como el Cristo de la multitud.  Esta fue recuperada por los pintores con similitudes a la figura de Cristo, en el semblante de paz frente a los acusadores, se presentó como el mártir ideal e inmaculado en la blancura de su túnica de condenado, dado que la conjura no pasó a la acción concreta esto lo eximió de derramamiento de sangre. Sino que la suya derramada era simiente de cristianos, una víctima no sólo del gobierno portugués sino que también de sus amigos, de un nuevo Judas. Aunque no había ningún retrato de Tiradentes hecho por alguien que lo hubiese conocido personalmente, se desarrolló una simbología cristiana que lo presentaba con barba y pelos muy parecidos a los que se presentan el mesías cristiano, aunque como segundo teniente, el máximo permitido por el Ejército portugués sería un ligero bigote. Durante el tiempo que pasó en la prisión, Tiradentes, así como todos los presos, tenía periódicamente los cabellos y la barba recortados, para evitar la proliferación de piojos y durante la ejecución estaba calvo con la barba hecha, pues el pelo y la barba podrían interferir en la acción de la cuerda.
Después de la proclamación de la República la construcción de su figura como héroe se intensificó, y el culto cívico devino en la declaración del 21 de abril, día de su sacrificio, en feriado nacional en 1890.  Una simbología manifestada en la horca equiparada a la cruz, Río de Janeiro a Jerusalén, el Calvario al Rocío. Aunque la del inconfidente fuese una doble pena: la muerte por horca y repudio como sacrílego. En una país que profesaba el catolicismo, la decapitación era una pena durísima, dado que para la iglesia católica simbolizaba un impedimento para el goce de las vías de purgación para vida eterna, a la que debería ingresar el cuerpo por completo.

Bibliografía:

Buffington, Robert, Criminales y ciudadanos en el México moderno, Buenos Aires, Siglo XXI, 2001, "Introducción”.
Graham, Richard, “Ciudadanía y jerarquía en el Brasil esclavista”, en Sabato, Hilda (coor.), Ciudadanía política y formación de las naciones, FCE y el Colegio de México, México, 1999.
Murilo de Carvalho José, “Tirandentes: un héroe para la República”, en La formación de las Almas. El imaginario de la república en el Brasil, U. de Quilmes, Buenos Aires, 1997.
Murilo de Carvalho, J, Desenvolvimiento de la ciudadanía en Brasil, Fondo de Cultura Económica y el Colegio de México, México, 1995.



[1]  Ellos funcionan como encarnaciones de ideas y aspiraciones, puntos de referencia, símbolos colectivos poderosos al servicio de la legitimación de regímenes políticos de las naciones modernas. Murilo de Carvalho José, “Tirandentes: un héroe para la República”, en La formación de las Almas. El imaginario de la república en el Brasil, U. de Quilmes, Buenos Aires, 1997, pp. 81-82.
[2]  Este es un concepto importante a la hora de definir la construcción del mito de origen de la República, pues nos remite al grado en que el individuo tiene el goce de la ciudadanía y la sensación de pertenencia a una comunidad. Murilo de Carvalho, J, Desenvolvimiento de la ciudadanía en Brasil, Fondo de Cultura Económica y el Colegio de México, México, 1995, p. 11.  
[3] En la última década del imperio (…) café, 60%; azúcar, 12%; algodón el 10%. Idem., p.45.