En este informe nos proponemos
recuperar la emergencia del método histórico desde el paradigma positivista a
través del pensamiento de Langlois[1] y
Seignobos[2], presentado
en su libro: Introducción a los estudios históricos[3].
Para cumplir con nuestro planteo: en primer lugar, presentaremos la génesis de
sus pensamientos y con quiénes discuten; en segundo lugar, su dimensión
controversial; en tercer lugar, las ideas centrales de los autores en el texto.
Estos pasos nos permitirán
al final presentar nuestra apreciación de sus aportes a modo de conclusión.
En primer lugar, en el momento de producción de este libro, se
destacaba la narración de hechos heroicos, mientras que en el Renacimiento, se
consideraba la historia universal y en el siglo XVIII se interesaban en temas
diferentes a los políticos y económicos. Fieles discípulos del positivismo
de Compte (1798-1857) quien proponía la utilización de un método
único además de suponer la producción de leyes generales, Langlois y Seignobos
avanzan en la misma línea de sus pensamientos, aunque a diferencia de su mentor, introducen la
necesidad de dotar a la Historia de un método científico y técnico
objetivo que le fuera propio. En
esto discrepaban también con Simiand (2003), para quien la historia como una
ciencia de los fenómenos sociales debía asimilarse a las ya constituidas
ciencias positivas de los fenómenos de la naturaleza (p.164).
Daban énfasis a la cuestión de la exposición,
el cómo presentar una obra histórica que fuese la exposición del resultado de
una construcción histórica, hecho que nutría el interrogante de Seignobos de
“cómo hacer, cuando se es historiador, para hablar sobre la práctica de la
historia permaneciendo al mismo tiempo en ‘el interior’ de esta práctica”
(Noiriel:1997, pp. 51-52). Esto se debe a que para ellos la historia es una de
las disciplinas que necesita estar más consciente de los métodos que utiliza, consideraban
que “la mayor parte de lo publicado sobre cómo investigar en historia y sobre
el arte de escribir historia, lo que Alemania e Inglaterra se conoce como Historik, es superficial, insípido,
ilegible e incluso ridículo” (Langlois: 2003, pp. 48-49). En su concepción los manuales
anteriores al siglo XIX en su mayoría resultaban como tratados de retórica y
aquellos que les eran más contemporáneos igualmente elementales y predecibles.
Sobre estos historiadores
pesaba un contexto en el cual para algunos aun la tarea del historiador era
“exponer lo que había ocurrido” (Noiriel:1997, p. 56) además de una escasez
documental, de ahí que insistieran en el rigor con que afrontar la visita al
archivo. Eso no excluye, sin embargo, que una parte de esas aseveraciones
dependieran de una concepción del objeto histórico y del documento que hoy nos
resulta reduccionista: precisamente por privilegiar la institución
política es por lo que tomaron la fuente escrita, sobre todo de índole
diplomática, como documento histórico por antonomasia, dejando de lado otros no
menos relevantes.
En segundo lugar, en su
dimensión controversial podemos rescatar cómo para ellos la historia ha dejado
de ser un arte (Noiriel:1997, p. 57) para convertirse en una ciencia pura,
siendo su finalidad la exposición, análisis y cotejo de hechos para indicar los
lazos que los unen (Noiriel:1997, pp. 60-62). Según esta perspectiva, la
historia se hace de forma indirecta a partir de documentos en tanto huellas de
un pasado. Es por esto que se centran en el análisis y crítica de los
documentos escritos, pues consideran que son los que conllevan mayor dificultad
en cuanto a su comprensión que otra clase de fuentes, que, según ellos, solo
valen por su materialidad. Estas premisas son la base para afirmar que el
método histórico científico propuesto por ellos ha de ser radicalmente distinto
al resto de las ciencias, que se apoyan en la observación directa.
En este método el historiador
procede mediante razonamientos para remontar desde las huellas, a partir de la
observación material de los documentos, hasta los hechos históricos, ocupándose
la crítica del análisis detallado de tales razonamientos. Por eso defienden que
la historia, es la disciplina que más necesita que quienes se dedican a ella,
tengan una noción clara de la metodología que utilizan. El historiador pasa a utilizar una
metodología le es propia a esta disciplina y difiere de las otras, evitando
dejarse llevar por lo evidente, por su intuición, su imaginación creadora o los primeros impulsos (Noiriel:1997, p. 57).
La elevación del carácter
científico del conocimiento histórico a través de las operaciones del método
crítico y de la sistematización de la síntesis se corresponde con la
declinación de tal carácter en las ciencias sociales debido a las
concomitancias en el objeto de estudio de todas ellas: el hombre con su doble
condición individual y colectiva, y su dimensión temporal. A diferencia de otras
ciencias, para estos profesores la historia consiste simplemente en realizar operaciones
sobre los materiales (Noiriel:1997, p. 67), reflexión que les permite
conceptualizar el trabajo del historiador como una labor intelectual, abstracto.
De ahí que la historia es forzosamente, para Langlois y Seignobos, una ciencia
subjetiva, especulativa.
Estos autores consideran que las
operaciones necesaria para la investigación histórica son posibles mediante una
división y una organización del trabajo, según las cuales un grupo de
especialistas pertenecientes a comunidad de investigadores[4] (que
comparten lo que Kuhn denominó una matriz disciplinar (Noiriel:1997, p. 52)), se
dediquen de forma eficaz y eficiente al trabajo preparatorio de la erudición. De
esta forma, dichos investigadores se consagrarían a la búsqueda, reconstrucción
y clasificación provisional de los documentos, que darán con resultado la
monografía y los trabajos de carácter general (Noiriel:1997, p. 70).
En tercer lugar, la idea
central del libro es exponer qué se entiende por historia y cómo se debería
hacer historia. De esta idea deriva la premisa mayor que proponen inferir los
pasos del método crítico: “la historia se hace con documentos”, que son las
huellas dejadas por los pensamientos y los actos de los hombres en el pasado, a
los cuáles se debe “examinar las condiciones y los procedimientos, e indicar el
carácter y los límites del conocimiento en historia” (Seignobos: 2003, p. 46). Llamando
la atención a que, hasta ese momento, no se había reflexionado sobre los
métodos en historia y menos de la crítica histórica. Argumentan sobre la
necesidad de la aplicación de dos procesos críticos al documento, una interna y
otra externa. La primera, o crítica de erudición, parte de las características
materiales del documento y procede mediante su restitución. procedencia y clasificación para discernir la
probable autenticidad frente a los documentos falsos o de aquellos que
hayan sufrido modificaciones. Una vez concluida esta primera etapa, se procede
analizar su contenido mediante un procedimiento que utiliza una serie de razonamientos
por analogía para reproducir los estados psicológicos por el que pasó el autor
del documento.
Una de las ideas que se repiten
a lo largo de toda la obra es el predomino absoluto del documento en el
quehacer historiográfico. Los autores proponen la organización y catalogación
del acervo documental[5]
con el que puede y debe contar un historiador. Se trata de un trabajo de
erudición, que, según ellos, es un trabajo básico sin aspiraciones a mayor
trabajo intelectual, pero que sí requiere un cuidadoso manejo y metodología.
Acorde a eso, presentan como herramientas para el historiador leer
correctamente un documento y no ser inducido a errores históricos las ciencias
auxiliares (dado que el historiados debe tener un aprendizaje técnico).
Cuya principal tarea es permitir que el historiador comprenda el documento
según la época en que fue producido. Así los documentos se convierten en la
única fuente de información, con un número limitado pero que nunca aumentará.
Finalmente, aunque solo
pretende ser un bosquejo de lo que deben ser los estudios históricos, constituye
una de las obras más importantes de estos dos autores, resultando ser uno de
los manuales de metodología histórica positivista que consiguió mayor
audiencia, publicado en su edición original en 1890. Su finalidad era enseñar
al estudiante los problemas y las soluciones metódicas en el conocimiento del
pasado, además de servir para la reflexión personal de eruditos e historiadores
sobre la profesión. El libro comienza señalando lo que debe saber previamente
un historiador, hasta llegar a la forma como debe presentar el resultado de sus
investigaciones. Para ellos las fuentes y el análisis al que se las somete constituye
la base del trabajo histórico. De esta forma, este trabajo requiere un análisis
crítico profundo, que es lo opuesto a presentar el primer impulso intelectual. Requiriendo
un uso constante de la metodología, tanto para el análisis, como para el
razonamiento y la construcción histórica. No obstante el resultado es que todo
documento tiene valor en la medida en que, tras haber analizado su génesis,
queda reducido a una «observación bien hecha».
Entretanto no presentan una
respuesta final a su propia propuesta de organización de trabajo. Por un lado, sostienen
que ella facultaría que todos los documento cuyas huellas no se han perdido
lleguen a ser descubiertos, estudiados, expurgados y catalogados. Pero por otro
lado, en contradicción a lo afirmado, señalan que una vez que se logre ese
objetivo la historia se habrá constituido pero no fijado, sino que continuará
modificándose en la medida en que al hacerse más científico el estudio de las
sociedades actuales, esto repercutirá en nuestra imagen de las sociedades y los
acontecimientos del pasado.
Bibliografía
Langlois,
Charles y Charles Seignobos, Introducción a los estudios históricos, Alicante,
Universidad de Alicante, 2003 [1898].
Libro I, 1 “La búsqueda de documentación (heurística) y libro 2, 1 “Condiciones
generales del conocimiento histórico”.
Noiriel,
Gérard, Sobre la crisis de la Historia, Madrid: Frónesis, Cátedra Universitat
de València, 1997, cap. 2 “La formación de una disciplina científica”, pp.
51-91.
Simiand,
Francois, “Método Histórico y Ciencia Social” (selección), en Empiria, N| 6,
2003.
[1]
Charles-Victor Langlois (1863-1929), historiador francés, se destacó a finales
del siglo XIX con sus estudios de la Francia de la Edad Media. Fue profesor de
la Universidad de París y publicó varios manuales de historia.
[2] Charles
Seignobos (1854-1942), historiador francés. Fue estudiante de Fustel de
Coulanges. Estudió en la Universidad de Berlín y fue profesor de la Universidad
de París. Publicó varios libros sobre civilización francesa.
[3]
Langlois, C.V., Seignobos, C., Introducción a los estudios históricos,
Título original Introduction aux études historiques, Salamanca:
Publicaciones Universidad de Alicante, 2003.
[5] Sin
la catalogación de los documentos existentes, el historiador perdería mucho
tiempo y esfuerzo puesto que la consecución de la información (documentos,
fuentes) es el primer paso en cualquier investigación histórica. Si los
documentos no se encuentran correctamente inventariados y catalogados, el
historiador no contará con los suficientes datos. Es importante, entonces, la
centralización de los documentos (escritos y objetos), sea en bibliotecas,
archivos o museos.
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