El
descubrimiento del oro Californiano a mediados del siglo XIX provoca un cambio
en el mapa económico del planeta, una aproximación firme entre el área del
Pacífico y la economía Metropolitana, mediante la aplicación del espacio
económico dada la economía desenfrenadamente consumidora que surge en torno a
los centros auríferos. En el cual la comercialización y el transporte
interoceánico quedan a cargo de sectores extranjeros, quienes también avanzaran
sobre la minería y el ferrocarril quedando reservado para los localmente
dominantes las actividades primarias. Estas transformaciones fueron facilitadas
por la renovación de los transportes y el auge de las inmigraciones, así como una
vida relativamente más intensa en los puertos de la nueva ruta, también por la
inversiones y los préstamos a Gobiernos con la creencia de que la expansión constante
de la economía resolvería el problema del endeudamiento.
Estos
acontecimientos condujeron a Latinoamérica a una nueva etapa histórica, pasando
a manifestar un tono de vida urbana más europeo y debido a la adopción de
políticas librecambistas en sus nuevas funciones en la economía mundial. Con un
aumento de bienes de lujo tanto por parte del estado verificado en
construcciones de teatros y pavimentación de calles, la sustitución del aceite
por el gas como medio de iluminación en Buenos Aires, en Valparaíso y en Lima,
como en las clases altas tradicionales. Junto con la expansión de cultivos para
el mercado mundial, el desequilibrio producido entre los sectores urbanos y
campesinos debido al proceso de valorización de las tierra y a la expansión de
los mercados locales proporcionado por el desarrollo de ciudades y pueblos
financiado por el nuevo orden que produce de forma casi generalizada el asalto
a las tierras indígenas. Donde las expropiaciones no llevaron a la
incorporación de los ex comuneros a nuevas clases de asalariados rurales,
particularmente en el caso mexicano predomina la evolución hacia la hacienda
trabajada por peones.
Para
entender las transformaciones en generada en las haciendas es necesario retomar
algunas características la etapa colonial mexicana. John Tutino[1],
quien utiliza como modélico el caso de
Chalco, considera que no hubo continuidad o intensificación de los procesos
iniciados durante la colonia, sino que luego de la Independencia la vida rural
estuvo bajo nuevas presiones lo que demandó nuevas adaptaciones en las
estructuras agrarias. La Conquista había subordinado a los señores mexicanos y
sus gobiernos al dominio de los españoles, pero no directamente la masa de
campesinos, sino mediante una readaptación y acomodación del sistema de
exacción de tributos heredado de los aztecas y otros gobernantes
prehispánicos. De esta forma los colonos
españoles recibían la encomienda, un derecho, a recibir parte de los impuestos
de los señores (producto y trabajo de los campesinos), sin producir un cambio
muy importante en el orden social.
La
Corona, luego del debilitamiento del poder de la élite colonial debido a la
reducción de la población nativa a casi la mitad, cambió ese método pues daba
demasiado poder independiente a los colonos españoles mediante el
establecimiento del poder estatal. A partir de 1550, sus administradores eliminaron los servicios
laborales periódicos, trabajaron con el clero para concentrar en pueblos a los
campesinos supervivientes. Al tener parcelas contiguas de tierras, las grandes
extensiones pudieron ser otorgadas por el Estado a los
españoles. Mientras la población campesina seguía decayendo, las elites
españolas vieron facilitadas la creación de fincas comerciales a partir de 1620,
pero con escases de mano de obra. El Estado intentó exigir y regular el trabajo
eventual de los campesinos mediante el sistema de repartimiento, aunque estos
se negaban a proporcionarlo.
Chalco
es una región central de México en la que habían haciendas pertenecientes a la
élite que proporcionaba maíz y otros productos a los mercados de la ciudad de
México. Los cuáles competían directamente con las comunidades campesinas por
los limitados recursos de tierras y agua. Entretanto que ambas estaban
vinculadas por una estructura agraria típica de relaciones de trabajo
simbiótico, estos como medio para complementar el magro producto de cultivo de
las tierras comunales, aquellos por la necesidad de trabajadores campesinos
eventuales para plantar y cosechar cultivos. En este proceso el estado en el
período colonial no había logrado controlar el abastecimiento de mano de obra
eventual, como la solución presentaba complejas variaciones regionales y
locales, decidió retroceder y permitir que las haciendas y las comunidades
campesinas negociaran a nivel local para organizar sus relaciones laborales.
Conservando de esta forma un papel de mediador y sus tribunales arbitraban en
las disputas entre las élites terratenientes y los campesinos, manteniendo el
poder de las élites para lucrar y la capacidad de los campesinos de subsistir. Estos eran representados por notables locales
que abogaban la causa de su comunidad y eran los principales tratantes de la
oferta de mano de obra. Esta estructura
rural del México colonial permitió la progresiva comercialización de la vida
campesina, que retomó su crecimiento a partir de 1650, quienes con la
inevitable precarización del nivel de vida por la escases de tierra,
sobrevivían más por el salario y las compras en el mercado que por el cultivo
directo de sus tierras.
Los
liberales cuando accedieron al poder en 1855 temían que la existencia política
de México como estado-nación estaba en riesgo si no se promulgasen medidas que
reemplazasen los pilares inestables del viejo orden por una estructura moderna que generase
estabilidad políticas y crecimiento económico, presentando como objetivo dar a
México la productividad y la estabilidad que gozaba los Estados Unidos. Benito
Juárez fue el primer en implementar medidas para intentar solucionar el tema
del viejo orden. En principio, el catolicismo dejó de ser la religión oficial
del estado y sus cortes perdieron gran parte de la jurisdicción; y con la ley
Lerdo se pusieron a venta las tierras de la iglesia y de los pueblos comunales.
Con esta última medida esperaba atraer inmigrantes europeos de todas las
regiones, creando una nueva clase media agrícola de pequeños propietarios
orientados al capitalismo lo que aseguraría el rápido crecimiento económico,
pues serían los motores de la modernización, la estabilidad y la democracia en
México. En lo relacionado con el ejército, al igual que la iglesia perdió sus
prerrogativas judiciales y por primera vez el jefe de Estado y la mayor parte
de su gabinete eran civiles, asegurando con esta pérdida de poder del régimen
conservador el fin de los golpes militares. En cuanto a los caciques regionales,
ellos cedieron poder a hombres nuevos nombrados por los liberales.
La
victoria de Benito Juárez sobre los franceses en 1867 y la implementación de
estas medidas expuestas no produjeron los resultados esperados para la nación
mexicana. Las expropiaciones con las que se financiaron la guerra no hizo
surgir una clase de pequeños campesinos, sino una concentración de la fuerza
económica y la cohesión política de la clase dominante, de ricos hacendados ya
existentes. Dado que eran vendidas al mejor postor, además era de quienes
recibía el movimiento liberal su fuerza sustancial. Estos se encontraba unidos
a la clase media para oponerse a las demandas de redistribución de tierras sin
restricción, del sector popular. Otro consecuencia negativa fue el surgimiento
de un enrome ejército liberal ocioso y sin tierras, controlado solo vagamente
por la administración central y un aparato burocrático debilitado. Con todo,
Juárez no fue derrocado porque el sector popular lo consideraba uno de ellos y
las dos fuerzas principales del movimiento liberal sabían que mientras él
estuviera en el poder la otra facción no adquiriría supremacía. Entretanto para
conservarlo tuvo que hacer muchas concesiones, tanto a los hacendado a quienes
les concedió autoridad prácticamente ilimitada sobre sus dominios, como a la
clase media con la ampliación del aparato burocrático. Por su parte, la iglesia
católica no fue impedida e adquirir nuevas propiedades urbanas una vez que sus
arcas se recuperan, además, el hecho de que el no ser más la religión oficial
del Estado haber contribuido para tener una mejor posición en el campo y
reducir los motivos de conflicto con la población rural. Los intereses de los
campesinos fueron los más sacrificados por Juárez para contrarrestar los
problemas económicos de las élites terratenientes del país, eso produjo un
resultado catastrófico: el descontento alcanzó proporciones desconocidas tanto
por la frustración de las expectativas, así como del deterioro de las
condiciones de vida producidas en el campo por la desigual carga impositiva
generada por la alcabala y la contribución personal durante la restauración de
la República.
En
el período de restauración de la República las comunidades campesinas
contestaron de diferentes formas a la amenaza liberal de abolir la propiedad
comunal, según la región en que estaban. Se produjeron revueltas que tendieron
a ser de carácter más radical, de más largo alcance, de mayor duración y más
violentas que durante el período colonial en las tres regiones en que se
dividían las zonas rurales. En la región central hubo rebeliones locales, bajo
la influencia socialista se desató la más radical que estalló en 1868 alrededor
de las ciudades Chalco y Texcoco en contra de los terratenientes locales, con
el objetivo de recuperar las tierras y los recursos que consideraban que estos
habían apropiado indebidamente. En el sur se dieron levantamientos a mayor
escala y con características mesiánicas por parte de algunos grupos que
pretendían restaurar el orden prehispánico, mezclando ideas sociales y
religiosas en una única visión de origen milenario y en contra el sistema
colonial como un todo. El la frontera norte la resistencia al control federal
era por parte de los grupos no conquistados, lo que hizo con que la vida
fronteriza quedara casi paralizada durante algún tiempo dado que los indios
hacían incursiones cada vez más frecuentes a través de la frontera mexicana que era la más
vulnerable. Para contrarrestar, los hacendados comenzaron a armar y organizar a
sus peones en milicias privadas, uniéndose a los campesinos en contra de los
apaches, mientras que el gobierno ofrecía generosas concesiones sobre tierras
para quienes quisieran defenderlas con sus vidas. Se desarrolló además de la
protesta social organizada el bandolerismo de forma extendida. Para el fin del
siglo XIX solo persistieron las revueltas de los grupos indios en la frontera y
las de las comunidades campesinas dispersas en el norte principalmente.
El
segundo en implementar medidas modernizadoras fue Sebastián Lerdo de Tejada a
partir del 1872, quien contaba con el apoyo de los intelectuales, los
propietarios y del ejercito quienes consideraban que tenía las virtudes de
Juárez pero no sus defectos. Era conservador en materia social, en lo político
pudo fortalecer el papel del Estado y extender su poder hasta regiones que lo
habían resistido, además en un principio tuvo más éxito que su predecesor en
cuanto a pacificación del país, cuyas bases ya estaban lanzadas, logrando
controlar y acabar con algunos caudillos regionales. El pronto desarrollo
económico, consecuencia de la pacificación, le confirió un mayor prestigio.
Aunque por carecer de prestigio militar, no sostener el consenso con la clase
alta y a su política contradictoria con respecto a la construcción de los
ferrocarriles que uniera México con los Estados Unidos, contribuyó a que Lerdo
no se renovara en el poder.
Dando
paso a la tercer administración, la de Porfirio Díaz. En un principio se ganó
el apoyo popular entre las clases media y baja de la sociedad mexicana con el
principio de la no reelección extendido al nivel municipal. El porfiriato tuvo
un carácter militar más acentuado que
los anteriores, buscó recuperar y reforzar la coalición existente entre las
clases media y alta. En ese proceso para agradar a la clase alta, destituyó de
sus cargos a caciques locales leales a sus predecesores, a quienes permitió
conservar sus propiedades y enriquecer siempre que no se rebelaran, aunque esto
quedaba cubierto porque cualquier levantamiento o revuelta podía ahuyentar fácilmente a los posible inversores. En su
lugar nombró a oponentes de parecida
extracción social. Estableció relaciones diplomática con Alemania pero no con
los países una vez agresores, sólo a fines de su primer mandato, cuando los
franceses renunciaron a todas sus pretensiones sobre México y el gobierno
mexicano abandonó la idea de obtener reparaciones de Francia (1880),
restableció relaciones diplomática con Francia. Pasando esta a ser una de las
principales fuentes de préstamos de México, así como de la moda, la cultura, la
arquitectura y suministros para el ejercito. Los conflictos con los
norteamericanos del 1877 y 1878 en la frontera,
parece que inspiraron las tres medidas políticas más importantes de su primer
mandato a partir de 1878: una era otorgar a los inversores norteamericanos o a
cualquier otro inversor extranjero concesiones de todo tipo en términos
extremadamente ventajoso; la otra, buscaba hacer todo lo posible para renovar y
fortalecer sus lazos con Europa como medio para contrarrestar la influencia
norteamericana; y por último, como una máxima prioridad, mantener la
estabilidad política interna a cualquier costo mediante una política de
concesiones y represiones.
La
administración de Díaz contó con el interregno de su protegido, el general
Manuel Gonzáles (1880-1884), quien continuó en la misma línea política. Una
medida importante tomado fue el aumento del número de concesiones especiales a
los extranjeros, por medio de una ley que visaba la estimulación del paso de
tierras públicas a manos privadas. Mediante la cual confiaba a compañías
privadas la tarea de inspeccionar las tierras públicas y recompensarlas con un
tercio de las tierras que reclasificasen, produciendo un avance sobre los
pequeños propietarios, quienes no podían presentar titulo de propiedad. Otra
concesión mayor aun, fue la revocación del viejo código minero español que
estipulaba que el propietario de un terreno no era dueño del mineral que
hubiera en su propiedad.
Luego
se instaura el régimen de Díaz, durante el cual la población de México aumenta constantemente
entre 1887 y 1900, debido tanto al logro de la estabilidad interna o la Pax Profiriana, como por la ligera
mejora en el nivel de vida con el surgimiento de un Estado mexicano fuerte y
eficaz. En este período las inversiones de capital extranjero permitieron el
crecimiento económico, aunque más propiamente de los sectores orientados hacia
la exportación y principalmente de la minería, que pudo diversificar los
metales dado el nuevo método de traslado. Como nuevo medio de transporte los
ferrocarriles permitían no solo el traslado de mano de obra excedente, del
ejercito si fuera necesario ayudar a dominar a los posibles rebeldes, de
riquezas, de alimentos en tiempos de sequias y de hambrunas, sino también un
mayor control de la frontera norte habitada a fines del sigo por campesinos
desplazados, artesanos arruinados o aventureros en busca de fortuna. Una mejora
económica con unas desigualdades enormes tanto entre los medios de producción
como en la evolución de cada región. El norte desarrolló una economía diversificada
y en el sudeste haciendas de monocultivo de henequén, con trabajadores en
condición de peonaje parecida a la esclavitud tanto por la abundancia de mano
de obra como por la persistencia en algunos lugares el sistema feudal, ambos
experimentaron un auge económico y fueron absorbidos por el mercado mundial. La
industria nunca recibió ayudas pues no era parte de su programa, a diferencia
de la educación que tuvo algunos investimentos pero con alcance muy limitado. La
economía estaba prácticamente en manos de extranjeros, la lucha más importante
en este sector fue la franco-alemana, con victoria francesa. El Estado por su
vez contaba con el constante incremento de la renta pública, procedentes de los
impuestos limitados pagados por las empresas extranjeras, del aduanero y sobre
los metales preciosos.
Para
la estabilidad interna, al ejemplo de las medidas tomadas para contrarrestar
los alzamientos de los caciques, favorecimiento combinado con represión, Díaz
aplicó medidas parecidas tanto a la clase media como al ejercito. Por un lado,
a la clase media le permitió progreso social y económico, mientras que impedía
la elección de miembros de la oposición para el Congreso o de la publicación de
sus periódicos. Por otro, con el ejército aumentó su presupuesto, compró
armamiento moderno en Europa, dio importantes puestos políticos, mientras que
debilitó su influencia a través del reforzamiento de fuerzas paramilitares, los
Rurales nacionales y estatales, quienes se encargaban de la represión interna.
Entretanto no sostuvo medidas anticlericales de Lerdo, el mayor peligro para la
iglesia fueron los movimientos de disidencia que surgieron entre el
campesinado, enarbolado por hombres y mujeres santos, a los que la iglesia no
tenia cómo combatir por no ser la religión oficial. Los grandes perdedores
fueron los campesinos ahora perdidos y abandonados, quienes perdieron con la
abolición de las estructuras democráticas existentes sus derechos políticos
tradicionales junto a agudas pérdidas económicas.
El
ritmo de expropiaciones durante el profiriato alcanzó su punto álgido debido tanto
a la base legal de la Ley Lerdo, o las dictadas en la legislatura de Manuel
González, como a las transformaciones del mercado mundial y la incursión en él
de los productos agrícolas mexicanos. Llevando a los hacendados a esforzarse tanto
para aumentar sus territorios y obtener mayor cantidad de mano de obra, aunque
el aumento demográfico había provisto la suficiente cantidad, como a la
especulación por las tierras aledañas al trazado de los ferrocarriles. En este
nuevo contexto si se rebelaban los campesinos, el gobierno era lo suficientemente
fuerte como para reprimirlos, los Rurales o el ejército llegaban con prontitud
dado el ferrocarril. También contribuyó
para debilitar la resistencia campesina el desmantelamiento de la
administración comunitaria del pueblo y la transformación de las relación
patrono-cliente, en la que antes el Estado colonial funcionaba como mediador
entre ellos y los terratenientes pasando ahora a ejecutor mediante la policía
rural (esto se veía ya desde los levantamientos del 1868), así como el
desplazamiento de los caciques. El Estado profirista absorbió a muchos de sus
protectores y después los volvió en contra de sus protegidos, dado el deseo de
atraer capitales extranjeros y estar en buenas relaciones con los hacendados,
hasta los últimos años de su régimen no hizo nada significativo para
contrarrestar la perdida de la tierra o autonomía de los pueblos.
El
triunfo de los campesinos puede decir que consistió en frenar los intentos de
menoscabar la base material de la vida de la comunidad campesina. No pudieron
derrotar al Estado mexicano ni eliminaron a las elites terratenientes, sino que
demoraron su propia derrota.
Bibliografía:
Halperin
Donghi, Tulio, Historia Contemporánea de América Latina, Alianza,
Madrid, 1984. Capítulo 4: "Surgimiento del orden neocolonial”, pp. 215 a
243.
Katz,
Friedrich, “México: la restauración de la República y el Porfiriato", en
Leslie Bethell (ed.), Historia de América Latina. Tomo IX, Crítica,
Barcelona, 1992.
Tutino, John,
“Cambio social agrario y rebelión campesina en el México decimonónico: el caso
de Chalco”, en Katz, F. (comp.), Revuelta, rebelión y revolución. La lucha
rural en México del siglo XVI al siglo XX, Ediciones Era, México, 1999.
[1] Tutino,
John, “Cambio social agrario y rebelión campesina en el México decimonónico: el
caso de Chalco”, en Katz, F. (comp.), Revuelta, rebelión y revolución. La
lucha rural en México del siglo XVI al siglo XX, Ediciones Era, México,
1999, pp. 94-134.
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