Para describir cuáles fueron las herramientas utilizadas por el rosismo para controlar y
disciplinar a los que consideraban enemigos del régimen, es necesario considerar algunas cuestiones como: las
practicas en el control del disenso y de la oposición política; las
formas de control con respecto a la homogeneidad de opinión; y qué momentos dentro del período rosista analiza cada autor.
Las herramientas que Rosas utilizó para controlar y
disciplinar a los que consideraba enemigos del régimen, según Gelman, Lynch,
Salvatore y Di Meglio, fueron: la legislatura, los jueces de paz; la prensa y
propaganda; la policía; y a la iglesia. Se buscaba que la misma homogeneidad de
opinión aplicada en la campaña se viera reflejada en la ciudad.
En primer lugar el control de la legislatura –
criatura del gobernador según Lynch, además del poder Judicial, concedido por
la suma del poder público, donde el ejecutivo goza de poderes extraordinarios
cuyos límites serian establecidos por él mismo. Consistió en una de las
herramientas que más autonomía le proporcionaba a Rosas, pues le confirió la
facultad no sólo de hacer las leyes, sino que las interpretaba, las cambiaba y
las aplicaba. Lynch lo define como un poder sin limites, el autoritarismo total,
al obtenido 1835. Estas facultades dieron sustentabilidad del régimen, y la
posibilidad de controlar todo y todos. Los autores concuerdan que la absoluta
prioridad era la idea de que el pueblo debía apoyar de forma unánime al
gobierno federal. Para ese fin se presentaron dos medidas especificas: las
elecciones, aunque regulares, seguían con lista única, la oficial; y los
plebiscitos, a fin de corroborar aceptación publica de otorgarle a Rosas la suma
del poder público. Ambas contribuyeron a consolidar el régimen de unanimidad y
la hegemonía de Rosas. De los autores, Lynch es que trabaja cómo esta herramienta
influyó para la consolidación de la política rosista.
En segundo lugar, otra herramienta son los jueces de
paz. En relación a sus funciones, tanto Salvatore como Di Meglio están de
acuerdo que estos elaboraban clasificaciones, informes en los que se
confeccionaban los perfiles políticos de los vecinos porteños, los considerados
de alguna forma unitarios quedaban excluidos de cualquier función publica o
militar y recibían vigilancia especial por parte de las autoridades. La
sospecha, o de facto ser unitario, resultaba incriminatorio y desventajoso ante
cualquier pleito en el que se viera el individuo, pues eran enemigos del
régimen. Asimismo Salvatore añade, que encontrarse en ellas conllevaba estar
sujeto a golpizas, prisiones, intimaciones, confiscaciones y últimamente el
asesinato. Estas medidas hacían recordar los peligros de escapar a la
homogeneidad de opinión. Además Lynch, presenta como misión de los jueces de
paz, luego de la aprobación de la ley del sufragio universal, asegurar que las
listas de candidatos oficiales resultaran elegidos, además de cumplir con las funciones
administrativas y judiciales, era también comandante de milicia, jefe de
policía y recaudador de impuestos. Los intitula, luego de 1829, como criaturas
de Rosas, instrumentos impotentes o cómplices de una política expresada en
arrestos, confiscaciones, conscripciones, dirigida contra cualquiera que fuera
considerado unitario. Igualmente Salvatore y Di Meglio hacen mención del
intento de construcción de un sistema de información orientado a controlar las
acciones y expresiones de todos los ciudadanos, mediante la confección de
listas de unitarios, criminalización de las expresiones en contra de la causa
federal, control de las viviendas y de los colores de la vestimenta, había una
forma de ser y un aspecto federal o unitario muy marcado en la fisionomía, los
atuendos y colores. Además según Lynch, para Rosas lo distintivo tanto de los
epítetos de tratamiento como la fisionomía federal constituía un signo de
unidad y lealtad, pero en realidad era una forma de presión, pues ellos estaban
obligados a mostrar conformidad y sus verdaderas inclinaciones.
En tercer lugar, la prensa, según Salvatore, sufrió la
censura previa desde 1833, hecho que generó pocos y moderados opositores. Y los
que apoyaban su gestión se transformaron en una ayuda crucial para diseminar
sus pensamientos y políticas y producir adhesión. Defendían los aciertos del
gobierno, procuraban contrarrestar las criticas de los exiliados, estimulaban a
la población a desenmascarar y denunciar los unitarios, explotó el patriotismo
frente a la amenaza extranjera. Por otro lado Lynch, remonta esta restricción
al año 1831, y para el 1832, la suspensión de los periódicos y una prensa
efectivamente amordazada. Pasaba así a existir como voceros del gobierno
solamente la prensa oficial, entre ellas, la Gaceta Mercantil y el Archivo
Americano. Que se constituyeron como uno de los medios de propaganda rosista,
ellas explicaban y defendían al régimen, y lo presentaban a Rosas como un
defensor del orden, de los intereses nacionales y de la independencia
americana. Hubo además un componente social simbólico legitimador del régimen
atenuado por la propaganda, que en sus eslóganes dejaba muy claras esos
componentes, así como cierta igualdad de clases en el ser federal, donde todos
eran escuchados, aunque servían de forma distintas, uno con sus vidas otros con
sus bienes. Asimismo Di Meglio, deja trasparecer que cuando el bloqueo Francés
fragmentó el poder del sistema, Rosas buscó el refuerzo del apoyo popular, y
para ello se sirvió también de la prensa en la formación de opinión. Por este
medio direccionó el odio popular hacia el rey Luis Felipe, y no hacia los
franceses que residían en Buenos Aires, y así evitar un enfrentamiento armado
con Francia. Algunos grupos disidentes entre el 1838 y el 1841 también se
valieron de la prensa como una tarea propagandista clandestina contraria al
régimen, Gelman los llama de generación romántica. Hubieron unos que creyeron
ser la plataforma ideal para luego pasar a una acción más directa creyendo
contar con mayor apoyo del pueblo cansado de la miseria y la esclavitud. Estos
intentos de derrocamiento se vieron frustrados con las derrotas de Corrientes,
de la guerra en el norte con la victoria chilena frente a la Confederación
peruano-boliviana.
Otra forma de hacer propaganda eran las fiestas
patrias, que también contribuían para control del disenso. Según Di Meglio y
Salvatore, en ellas se representaban los principios del federalismo, la
necesidad de continuar el esfuerzo de guerra y la gratitud de pueblo federal a
Rosas y sus jefes militares. Se buscó también reforzar sus vínculos hacia abajo
al optimar la cercanía por ejemplo la valoración de las mujeres en todo el
preparo de las fiestas, y con los negros de la ciudad al darles de cierto lugar
en las festividades de la ciudad, escuchar sus demandas y a algunos favorecer
con libertad, principalmente aquellos que servían a unitarios, según Lynch, que
los describía como apoyo sumamente útil en las calles y eran parte de sus
seguidores populares. De igual forma Salvatore atribuye la identificación con
la patria, mediante contenidos emotivos y afectivos a los publicistas del rosismo,
que permitian una asociación constante del régimen con la defensa del sistema
republicano representativo, además de una exaltación de la defensa nacional
frente a las amenazas extranjeras. Se justificaría así todas las acciones para
repeler a los que atentaran contra la patria, Rosas se presentaba como salvador
y defensor de la misma, hecho que justificaría sus atribuciones excepcionales.
En cuarto lugar, un factor predominante en el control
y adestramiento fue el papel que desarrolló de forma oficial y paraoficial la
policía. La que en algunas instancias actuaba de forma legal, y parte de ella en
algunas otras veces no, diferencias en las que concuerdan todos los textos. De
forma institucional y legal, se encargaba de la seguridad urbana, control,
denuncia de oposiciones al régimen, reclutamiento de vagos para el Ejército,
factores que tenía gran repercusión entre la plebe porteña, y otros además, en
la vigilancia política. Según Di Meglio, una de las dificultades presentadas en
los otros grupos sociales eran los vínculos barriales, que les permitían
utilizar como defensores a personajes fundamentales de la ciudad, como los
alcaldes de barrio, los tenientes alcaldes, los oficiales milicianos, los curas
y los jueces de paz. Otra seria la legitimidad, dado que no se podía
simplemente matar a los opositores utilizando las facultades extraordinarias,
acción que justificaría plenamente la acusación de tiranía que los emigrados le
imputaban al régimen rosista.
Como paraoficial (no institucional) y con
acciones ilegales se presentó la mazorca. Que era un grupo compuesto por parte
de los empleados de la Policía en actividad, pero que funcionaba fuera de todo
orden, vinculado sólo con Rosas y con la Sociedad Popular, según Salvatore era
su fuerza de choque, y para Lynch eran una organización terrorista. En esto
residió la diferencia con los otros miembros de la Sociedad Popular
Restauradora, que los otros no mataban. Sus acciones consistían en un conjunto
de excesos populares contra las casas y las personas de los adversarios
políticos o disidentes dentro del federalismo, para intimidarlos y obligarlos
al exilio y como en muchos casos, la ejecución. Di Meglio asevera que esta
necesidad se manifestaba de forma apremiante en tiempos de crisis, y Salvatore
aclara que en particular las crisis políticas o militares. El uso de este
cuerpo paraoficial se vio intensificado en el período que va del 1840 al 1842
según Di Meglio, ya para Salvatore residió entre los años que van del 1832 al
1842. Concuerdan que fue un terror selectivo centrado en la elite, matando a
unos cuantos por su oposición al régimen, real o supuesta. Desde la perspectiva
de Di Meglio eso promovió una adhesión más expresiva de la elite porteña a la Sociedad
Popular, que temían por sus vidas y bienes, esa filiación podía ser un seguro
contra cualquier duda acerca de su fidelidad federal y la gran posibilidad de
sufrir una agresión.
Tanto Salvatore como Di Meglio concuerdan que la
elite porteña consistía en el mayor problema para el régimen, pues estaban muy
politizados y divididos internamente además que dominaban la economía de la
provincia. Mientras algunos eran genuinamente federales, otros o habían sido
unitarios o querían el fin del sistema de excepción. El mantenimiento del orden
era lo que ella preciaba, pero el bloqueo francés puso eso en duda, además la
política rosista y la aparente unanimidad empezó a resquebrajarse. Otra forma
de controlar la elite para Di Meglio, fue la mejora en la relación con los
negros que posibilitó a Rosas tener ojos y oídos en todas las casas
aristocráticas, y de esa forma la elite estaba constantemente vigilada. De la
misma forma, Lynch afirma que los negros fueron usados para dos propósitos: el
servicio militar y el espionaje. También presenta a los artesanos que le sirvieron
como otro grupo de controladores, dado su gran influencia en el cotidiano, y
que en su mayoría estaban en Buenos Aires. La existencia de una sociedad que se
patrullaba a si misma permitía que la oposición política estuviera bajo
constante vigilancia. Aun la elite que era la beneficiaria y sostén principal
del régimen rosista, tuvo un rol protagónico en la crisis de las bases de
sustentación del poder. Lynch presenta a la elite como indispensable para el
régimen, en una sociedad altamente polarizada y en la que el status y poder era
conferido por la gran estancia, los estancieros eran los que tenían poder en la
ciudad y en el campo dominaban absolutamente todo, ellos fueron los que votaron
a Rosas para el poder y continuaron votándolo.
Los autores concuerdan que tanto la conspiración de
Maza como la Rebelión del Sur, ambas delatadas en 1839, fueron protagonizadas
por, como dice Gelman, los buenos federales. La última, producto de la reacción
de los buenos federales en contra de la reforma de la enfiteusis, el aumento
del canon, la limitación de la duración del contracto y venta de parte de la
tierras publicas, en un contexto de bloqueo y el intento de una contribución
directa. Para contornar esa situación Rosas prometió premios materiales y
honores a los que se mantuvieran del lado rosista, eso contribuyó a la victoria
y al aumento de las reacciones en contra de los unitarios. Ellas tuvieron como
resultado el juicio legitimo de Ramón Maza y su fusilamiento, y por manos de la
Mazorca el asesinato de Manuel Maza, el presidente de la Sala de
Representantes, del que Rosas acusó públicamente los unitarios. Con el aumento
de la violencia, entre el 1840 y 1842 la población dejó de utilizar todo lo que
se le pudiese relacionar como unitario, y mostrar adhesión al régimen, tanto
por convencimiento o para no ser molestados. Salvatore presenta la seguidillas
de asesinatos a opositores como crímenes del año 40, ya Lynch los menciona como
los peligrosos años 1839 a 1841.
Y por último, la contribución de la iglesia a esa
política de adestramiento y eliminación de la oposición fue contextualizar la
legitimidad sacralizada de la causa federal. En la crisis del 1839 el
establecimiento de las ceremonias idolátricas y adulación a la persona y obra
del restaurador. Rosas impulso a los sacerdotes a terminar sus sermones
afirmando su apoyo a la causa además de la exhibición de su retrato en las
iglesias, que recomendaran el uso de la divisa punzó, hecho que según Lynch produjo
la expulsión por decreto del 22 de marzo de 1843 de los jesuitas por no querer
cumplir con estas normas. Esto producía una difusión de la santa causa, y una
demonización – según Di Meglio- de sus opositores lo que permitía su
eliminación consensuada.
Los autores analizan distintos momentos del gobierno
rosista. Mientras que Ricardo Salvatore presenta un análisis de los dos
periodos de gobiernos de Rosas, Gabriel Di Meglio en su disertación se dedica
apenas a la segunda parte de estas gobernaciones particularmente en el bloqueo
francés, Jorge Gelman es el único en presentar una lectura desde el campo tanto
de las crisis del 1838 al 1840 como de la rebelión de los Libres del sur, por
ultimo John Lynch menciona el primer gobierno pero se centra en la segunda
etapa de gobernaciones.
En una sociedad sin partidos políticos, y formas de comunicación escrita muy limitadas y un electorado prácticamente analfabeto, en el que la política no se encontraba separada de la vida cotidiana, era posible hacer política desde distintos ámbitos, y de diversas formas. Los rumores, las canciones y los chistes que circulaban en las pulperías, los cuarteles y los fogones formaban parte de la política tanto mas que lo que ocurría en Palermo o en las redacciones de los periódicos de la época, de ahí la necesidad imperiosa de inmiscuirse en todos los ámbitos, pero el incipiente desarrollo del aparato estatal, impidió que el Estado, supuestamente igualitario, controlara la totalidad de la vida social y privada de los ciudadanos.
En una sociedad sin partidos políticos, y formas de comunicación escrita muy limitadas y un electorado prácticamente analfabeto, en el que la política no se encontraba separada de la vida cotidiana, era posible hacer política desde distintos ámbitos, y de diversas formas. Los rumores, las canciones y los chistes que circulaban en las pulperías, los cuarteles y los fogones formaban parte de la política tanto mas que lo que ocurría en Palermo o en las redacciones de los periódicos de la época, de ahí la necesidad imperiosa de inmiscuirse en todos los ámbitos, pero el incipiente desarrollo del aparato estatal, impidió que el Estado, supuestamente igualitario, controlara la totalidad de la vida social y privada de los ciudadanos.
Textos Utilizados:
John Lynch, “Leviatán”, y “Patrón y peón”, en: Juan Manuel de Rosas, 1829-1852. Buenos Aires, Emece. 1984. Cap. 5, pp. 164-192 y cap. 3 101-134.
Jorge Gelman, “La crisis de 1838-1840 y la rebelión de los Libres del Sur” en, Rosas bajo fuego. Buenos Aires, Sudamericana, 2009, pp.47-120.
Ricardo Salvatore, “Expresiones federales. Formas políticas del federalismo rosista”, en N. Goldman y R. Salvatore Caudillos Rioplatenses, nuevas miradas a un viejo problema, Buenos Aires, Ed. Eudeba, Buenos Aires. 1998. pp. 189-222.
Ricardo Salvatore, “La consolidación del régimen rosista” en N. Goldman (Dir.) Nueva Historia Argentina. Revolución, República, Confederación (1806-1852), Buenos Aires, Sudamericana, 1998, pp. 323-380.
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