Historiografía

viernes, 28 de junio de 2019

El Tahuantinsyu


Los Andes centrales y meridionales estaban habitados por decenas de grupos[1] distintos con una población muy variada antes del surgimiento del estado inca (Tahuantinsuyu) que logró imponer un aparato político y militar a todos estos grupos étnicos, mientras seguían confiando en la jerarquía de los señores o curacas. De esta forma permanecía en la cima de esta inmensa estructura de formación parcelada de unidades interconectadas
Imagen relacionadaLos ayllu (análogo a los calpulli mexicanos) son presentados por Wachtel (1992:177) como la unidad básica de los diferentes grupos étnicos, en sintonía con él, Murra (2004:45) agrega que obedecían un sistema de tenencias de parentesco. Ambos autores concuerdan en la posesión colectiva de un territorio concreto, el cual muchas veces no estaba conectado, en el que cada campesino desarrollaba los medios para alimentarse a sí mismo y a su unidad doméstica. Esto se debe a que una unidad familiar podía reclamar un trozo de tierra en cada uno de los diferentes sectores ecológicos (quishwa)[2], reunir productos complementarios de diferentes altitudes y los animales para esta producción, así como también la mano de obra necesaria en un sistema de reciprocidad[3]. Teniendo siempre en cuenta que los pastos eran sostenidos por la comunidad y la tierra cultivable repartida a las unidades familiares domésticas en proporción a su tamaño.
Para realizar su ideal de autosubsistencia los asentamientos de las tierras altas enviaban colonos (mitmaq) a los asentamientos o colonias complementarias de altitudes más bajas, así accedían a la producción de los valles cálidos, de modo que la población de sus pequeñas islas (ayllus) aparecía entremezclada; pero desde los centros de donde procedían no ejercían control político sobre los territorios que estaban situados en medio, y de esta manera formaban archipiélagos verticales de distinto tamaño permitiendo una complementariedad vertical. Una característica propia andina es que en cada altitud o pisos ecológicos del altiplano se desarrollaba un tipo específico de cultivo. En el modelo de archipiélago vertical cada etnia se esforzaba por controlar un máximo de pisos y nichos ecológicos para aprovechar los recursos que se daban sólo allí, los cuales podían quedar a muchos días de camino del núcleo de poder. Aunque el grueso de la densa población permanecía en el altiplano, la autoridad étnica mantenía colonias permanentes asentadas en la periferia para controlar los recursos alejados. Estas islas étnicas, separadas físicamente de su núcleo pero manteniendo con éste un contacto social y un tráfico continuo, formaban un archipiélago, un patrón de asentamiento típicamente andino. Los moradores en las islas periféricas formaban parte de un mismo universo con los del núcleo, compartiendo una sola organización social y económica.
El sistema de intercambio[4] establecido entre un nivel y el siguiente obedeció desde una transición gradual de reciprocidad basada en la simetría y la igualdad, hasta una reciprocidad jerárquica y desigual. Se pueden percibir dos niveles de trabajo de los súbditos del Inca: el primero, ya explorado, presente en el ayllu en el cual el parentesco seguía regulando la organización del trabajo, la distribución de la tierra y el consumo de lo que se producía basados en el antiguo modo de producción comunal que permanecía vigente; el segundo, es el del sistema imperial, el cual proveía al Estado de la energía indispensable para el desarrollo de una infraestructura (graneros, fortalezas, caminos, etc.) de diferente naturaleza.
Imagen relacionadaEn el segundo, conocido como sistema estatal de mit’a[5], donde todos los varones casados y que poseyesen chácara, estaban obligados a tributar al Estado energía (en fuerza de trabajo) y no en especie, esta prohibición “distribuía los riesgos de la agricultura serrana y protegía las reservas locales destinadas a las subsistencia” (Stern, 1986:138). Este sistema se encontraba sedimentado sobre el modelo de las obligaciones recíprocas comunales[6] que eran conocidas y comprendidas por todos, pero implementado de manera rotativa de forma que los ayllus podían distribuir las necesidades o las obligaciones de trabajo colectivo conforme a las reciprocidades locales cumpliendo con las contribuciones iguales de tiempo de trabajo por los grupos de parentesco de la comunidad. En contrapartida el Estado suministraba obligatoriamente la comida y chicha al mit’ayoq, las semillas y herramientas, además asumía todos los riesgos de la cosecha. Que era almacenada por el estado en enormes depósitos, de cuyo contenido aprovechaba sólo una parte con fines cortesanos, pero como principales propósitos, el suministro militar y acumular para tiempos de carestías así evitar la hambruna.  
A principio de su administración el Virrey Toledo envió misiones visitadoras que recompilaron la información demográfica y económica necesaria para establecer un sistema planificado de extracción en proporción a las diversas cifras tributarias de los repartimientos, los tributarios pasaron a ser, varones sanos de 18 a 50 años de edad, los tributos ahora recibidos parte en oro o plata y el resto en especie, hecho que fragilizaba y desprotegía la autonomía económica local pues además de exigir el tiempo excedentario de la comunidad, eliminaba la protección de las reservas de la comunidad y del ayllu, contando también con la exigencia de pagar los tributos en años de malas cosechas, y la poca revisión para tener en cuenta las pérdidas demográficas ocasionadas pro la mita colonial.
Resultado de imagen para Leslie Bethell (ed.), Historia de América Latina. Tomo I, Crítica, Barcelona, 1992. Por otro lado, para solucionar el problema de la mano de obra, se implementó la mita colonial, que es un sistema de leva que exigía contingentes del máximo de una séptima parte de mano de obra para trabajo forzoso basado en las cifras tributarias, en las minas, obrajes, agricultura, ganadería y en las tierras azucareras. Los mitayos trabajarían en períodos específicos fuera de sus comunidades luego eran sustituidos por los que venían a relevarlos, además seguían con la costumbre de llevarse parientes y comida de la comunidad para deducción del costo y contención para el tiempo en que estuviesen lejos de sus residencias nucleares. En estos períodos estaban expuestos a una relación brutal de extracción de trabajo, quedando el Estado como regulador de los modestos salarios que podían llevar meses ser cobrados, de las condiciones de trabajo, de las raciones de comida que no incluían la coca indispensable para los Andes y la asignación de los cupos de mitas a los empresarios coloniales. Los colonizadores imponían uno ritmos de producción imposibles de alcanzar de forma que los mitayos se veían obligados a utilizar la fuerza de trabajo de sus familiares y realizar transacciones comerciales que reducían su salario neto. Las jornadas largas y en condiciones peligrosas afectaban a la salud y al posterior rendimiento cuando regresara a la comunidad, si es que lo hacia, afectando directamente la producción y las reservas del ayllu. Cuanto más se llevaban de la comunidad para amortizar en los gastos de la vida en la mita, más se veía afectada la economía de subsistencia de su hogar y la comunidad porque no había quien se ocupara de la producción del campo comunitario y del ayllu. El periodo en que se ausentaban producía la erosión en el sistema de cambio recíproco y la corrosión de las relaciones sin las cuales la familias no podían sobrevivir ni reproducirse. Generando que a su regreso normalmente encontrase tierras empobrecidas o no labradas y dificultades en recurrir a la asistencia laboral mutua.
Es interesante observar cómo la implementación del tributo y de la mita colonial dispuestos por el Virrey Toledo anularon la socialización de riesgos de la producción vigente bajo el Tawantinsuyu, dado que pusieron en “peligro las reservas de subsistencia, disminuyeron la masa nuclear de fuerza de trabajo disponible y perturbaron las relaciones y las actividades que anteriormente constituían ciclos anuales renovables de producción y reproducción en el ayllu” (Stern,1986:147).
Bibliografía:
Murra, John, “En torno a la estructura política de los inka” y “Los límites y las limitaciones del ‘archipiélago vertical’ en los Andes”, en Murra, Jonh, El mundo andino. Población, medio ambiente y economía, Instituto de Estudio Peruanos Pontífica Universidad Católica del Perú, Lima, 2004 (pp. 43 a 56 y 126 a 131).
Stern, Steve J., Los pueblos indígenas del Perú y el desafío de la conquista española, Alianza, Madrid, 1986, Capítulo 3: “Una divisoria histórica’ (fragmento) y Capítulo 4: “La economía política del colonialismo”, pp.128-218
Wachtel, Nathan, “Los indios y la conquista española”, en Leslie Bethell (ed.), Historia de América Latina. Tomo I, Crítica, Barcelona, 1992.


[1] “Los chupadlos de la región de Huánuco (…)10.000 personas, mientras que los lupacas (…) 100.000 habitantes”. Nathan Wachtel, “Los indios y la conquista española”, en Leslie Bethell (ed.), Historia de América Latina. Tomo I, Crítica, Barcelona, 1992:177.
[2] John Murra, “En torno a la estructura política de los inka” y “Los límites y las limitaciones del ‘archipiélago vertical’ en los Andes”, en Murra, Jonh, El mundo andino. Población, medio ambiente y economía, Instituto de Estudio Peruanos Pontífica Universidad Católica del Perú, Lima, 2004:45.
[3] “Cada cabeza de familia tenía derecho a solicitar a sus relaciones, aliados o vecinos para venir a ayudarle a cultivar su parcela de tierra; a cambio, estaba obligado a repartir después alimentos y chicha, y además a ayudar cuando se lo solicitaran. Esta ayuda mutua era la base ideológica y material de todas las relaciones sociales y regía todo el proceso de producción.” Wachtel,1992:177.
[4] “(…) entre los miembros del ayllu en la base; dentro de las mitades, y en el grupo étnico al servicio de un curaca; y al nivel del imperio en el servicio al Inca” Wachtel,1992:178.
[5] O turnos de los trabajos totales de la comunidad. Steve J. Stern, Los pueblos indígenas del Perú y el desafío de la conquista española, Alianza, Madrid, 1986, Capítulo 3: “Una divisoria histórica’ (fragmento) y Capítulo 4: “La economía política del colonialismo”, p.136.
[6] Todas la tareas eran asignadas a unidades domésticas y no a individuos, de modo tal que todos los habitantes de la aldea trabajaban de forma colaborativa, sin llevar paga alguna. Murra, 2004:46-47.

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