Historiografía

miércoles, 19 de julio de 2017

Argentina y Sus orígenes

¡Qué importante poder estudiar y percibir las grandes perspectivas historiográficas de la historia Argentina del siglo XIX! 
En ese quehacer, emplear todos los elementos acordes para la comprensión de la formación colonial rioplatense, sin perderse de la reforma, crisis y ruptura del orden colonial.  
En un período posterior la naturaleza y consecuencias de la revolución de mayo. 
Y desde ahí, los intentos de formación de un nuevo poder estatal y sus límites. Esto permitirá vislumbrar la cuestión regional, las tensiones entre centralismo y federalismo y consolidación del predominio bonaerense, con paso obligado por el ocaso del rosismo y proyectos de organización nacional. Para poder hablarse finalmente de una construcción y consolidación del Estado nacional.


Congreso de 1824

Para el siguiente post nos abocaremos a analizar en qué contexto fue convocado el Congreso de 1824, cuáles fueron sus principales disposiciones, qué cuestiones claves explican su fracaso, y las repercusiones en torno a la cohesión de la elite dirigente porteña.
El Congreso de 1824 se dio en un contexto de consolidación de las autonomías provinciales, la necesidad de fortalecer las instituciones, además de la definición y el reconocimiento de la nueva identidad nacional. 
El año veinte es marcado por varios eventos. En primer lugar, la disolución del Congreso Constituyente del diecinueve. En segundo lugar, la caída del directorio en la batalla de Cepeda en febrero de 1820. Finalmente, el debilitamiento del poder central, evidenciado en la derrota frente a los gobernadores de Santa Fe y Entre Ríos, y la firma del tratado del Pilar. En este tratado quedaba asentado que la futura organización del país seguiría el modelo de la federación. Esto generó una lucha entre centralistas y confederacionistas; enfrentándose en la configuración del nuevo poder provincial la ciudad y el campo.  Esta lucha facciosa caracterizó al fatídico año veinte, y conllevó la construcción de un grupo dirigente cohesionado y heterogéneo en su origen. Este grupo fue conocido como el Partido del Orden, que tuvo como tarea primordial modernizar las estructuras heredadas del colonialismo. Cuando se propuso organizar al país bajo un Estado unificado en otro congreso constituyente, resurgió la cuestión sobre quien recaía la soberanía, pueblo o pueblos.

Entre 1821 y 1824 el poder político provincial se organizó, esta etapa  es conocida como la feliz experiencia de Buenos Aires, donde las reformas fueron aplicadas con libertad y sin resistencia. En ella se presenta un nuevo régimen electoral que incorpora políticamente a la campaña, con ello permite afianzar la presencia del estado provincial en el interior del territorio bonaerense y conformar una elite dirigente de base urbano rural. Se dicta la ley electoral que instaura: en primer lugar el sufragio universal, en el que participaban varones libres, mayores de veinte añoso emancipados, con el que se lograría poner freno a las facciones policías o logias; en segundo lugar el voto directo, que terminaba con las funciones de las figuras coloniales tanto del Cabildo como del grupo intermedio de electores, que estaban encargados de controlar y manipular los procesos electorales. En este contexto la sala de representantes, esta institución creada en plena crisis del año veinte cuando cae el poder central, se erige en el poder legislativo del Estado de Buenos Aires y en junta electoral cada tres años.
Las principales disposiciones del Congreso en una primera etapa, moderada y prudente, fueron: la Ley Fundamental, que delegaba el Ejecutivo Nacional provisorio en la provincia de Buenos Aires, dado que quedaba encargada de la guerra y las relaciones exteriores; y la ley que creaba un Ejército Nacional. Para el 1824 el cónsul británico propone firmar un tratado de reconocimiento de la independencia rioplatense simultáneamente a un tratado de amistad y comercio –firmado a mediados del 1825, y resurge el tema de la soberanía, ahora un doble problema: el primero, definir el sujeto de la soberanía, en nombre de quién se firmaría, dado que las provincias se habían erigido como Estado independientes, la soberanía resida en la nación o en las provincias. Otra cuestión era el problema de la pasividad de Buenos Aires frente a la situación de la Banda Oriental, ocupada por el imperio portugués desde 1817, y que desde 1822 hacia parte del ahora imperio del Brasil, dado que Don João VI se había vuelto a Portugal con su corte y el nuevo emperador era su hijo Don Pedro I.
En la segunda etapa contó con posiciones más radicales y una escisión política que ya no era apenas entre unitarios y federales, sino en el seno mismo del Partido del Orden. Las disposiciones del segundo momento del Congreso fueron: la creación de un Banco Nacional; la sanción de la Ley de Presidencia, que instauraba un ejecutivo nacional, y para el cual fue llamado Bernardino Rivadavia, aunque contaba con la oposición de Manuel Moreno, quien la concebía como una violación a la Ley Fundamental que restringía las atribuciones del Congreso; la Ley de Capitalización, que proponía la ciudad de Buenos Aires como capital del poder nacional recién creado con un territorio federal – eso constituía un problema para la provincia que perdía su principal fuente de ingreso fiscal y produjo una aun mayor escisión en la elite dirigente porteña que se veían directamente afectados en esta decisión que podría producir una separación de la ciudad y del campo; para el 1826 la promulgación de la Constitución, que creaba en las provincias Concejos Administrativos electivos, establecía el voto directo para representante de la Cámara de Diputados y el sufragio indirecto para la constitución del Senado y la elección del Presidente. 

Entre los factores que condujeron al fracaso del Congreso Constituyente, están: en primer lugar, la imposibilidad de acordar en el tema de la soberanía; en segundo lugar, la guerra con el Brasil; y por último lugar, la guerra civil. Cuanto a la soberanía, fue un tema que entrelazó todos los proyectos presentados, los diputados se enfrentaban por la preeminencia de la soberanía nacional por sobre la de las provincias, aunque coincidían en que la nueva nación tenía su origen en un pacto concertado entre los pueblos que la conformaban.
La guerra con el Brasil fue desatada en pleno desarrollo del Congreso. Esta no sucedió hasta agotados los intentos aunque frustrados de diplomacia, y la esperanza de que Buenos Aires tome una posición frente al conflicto. Esto debido a la Ley Fundamental, que había creado un poder nacional provisorio y delegado en el gobierno de Buenos Aires la guerra y las relaciones exteriores. García, el ministro de Guerra, tuvo que comunicar a Brasil la decisión de incorporar la Banda Oriental a las Provincias Unidas, medida que estaría respaldada por la fuerza.
La guerra formalmente declarada consistió en varias victorias de las Provincias Unidas en el espacio terrestre, pero una agotadora supremacía brasilera en el marítimo. Con la prolongación del conflicto y el ahogo financiero por el bloqueo del puerto por las flotas brasileñas, tanto los intereses locales como los ingleses se veían afectados. Buscaron los ingleses, autorizados por el tratado firmado en el 1825, poner fin al conflicto. No tuvo éxitos con el imperador brasilero, pero sí con el debilitado gobierno pacifista de Rivadavia, que admite la devolución de la Banda Oriental al Imperio. Hecho que tuvo varias consecuencias: Rivadavia renuncia a su cargo y al congreso, en el primer asume Dorrego y Vicente López y Planes el segundo, además es abolida la Ley de Capitalización y el Congreso restaura la provincia de Buenos Aires a su anterior situación institucional, pero con las tensiones internas y interprovinciales y con la renuncia de López se disuelve el Congreso, ya Dorrego tiene frente el ahogo del bloqueo firma la paz con el Brasil, y se reconoce definitivamente la independencia de Uruguay. Su gobierno tiene fin a manos de la revolución armada dirigida por el general Lavalle en 1828.
Por último, la conflictiva situación interprovincial que condujo a la guerra civil en el Interior, es consecuencia evolución política que tuvo: el tratado de Cuadrilátero, que aseguraba una alianza de paz, amistad y defensa mutua entra las provincias del Litoral y Buenos Aires; la oposición cordobesa a Buenos Aires; el apoyo inicial de La Rioja, aunque luego por las coaliciones interprovinciales se cambió; y el detonante final, el problema de sucesión de los gobernadores de Catamarca y San Juan, que fueron asistidos por La Rioja y Mendoza. Esta guerra civil encumbró a Quiroga en el interior, luego de sucesivas victorias. 
Una vez disuelto el Congreso y restablecida la sala de representantes, las elecciones ya no eran iguales, debido a la escisión política generada por las distintas opiniones entre unitarios y federales que, aunque antes estaban, eran irrelevantes. Estas posturas demuestran que no hay homogeneidad de opiniones, además con el aliciente del voto directo, llevó a la elite dirigente desarrollar una maquinaria electoral, para perpetuarse en el poder. Por una parte, con la fundación del nuevo régimen representativo se consolida un grupo reducido de notables que se sucedían en el poder mediante la práctica de candidaturas. Como se utilizaba el sistema plurinominal por acumulación de votos, ellos garantizaban su presencia en la mayor cantidad de listas, diseminadas por la prensa. Esto produjo una creciente fragmentación interna de la elite dirigente, y constituía una amenaza a la estabilidad del orden político. Por otra parte, luego de la revolución decembrista de 1828 la creación de la lista única, capaz de ser consensuada por el conjunto de la elite. En ella el pueblo votaría a la lista de notables elaborada desde la cúspide del poder político y así superar la conflictividad producto de las divisiones internas.


Textos Utilizados:
Marcela Ternavasio, “Entre la Deliberación y la Autorización. El régimen rosista frente al dilema de la inestabilidad política” en N. Goldman y R. Salvatore Caudillos Rioplatenses, nuevas miradas a un viejo problema, Buenos Aires, Ed. Eudeba, Buenos Aires, 1998 pp. 159-188.
Marcela Ternavasio, “Las reformas Rivadavianas en Buenos Aires y el Congreso General Constituyente”, en: N. Goldman (directora), Nueva Historia Argentina. Revolución, República, Confederación (1806-1852), Buenos Aires, Sudamericana, 1998. pp. 158-197.
Marcela Ternavasio, “Nuevo régimen representativo y expansión de la frontera política. Las elecciones en el estado de Buenos Aires, 1820-1840” en A. Aninno (comp) Historia de las Elecciones en Iberoamerica, Ed. FCE, Buenos Aires. 1995. pp. 65-105.
Noemí Goldman, "Los orígenes del federalismo rioplatense" en, Goldman Noemí (directora), Nueva Historia Argentina. Revolución, República. Confederación (1806-1852) tomo III, Buenos Aires, Sudamericana, 1998, pp. 103-124.

El rosismo y su herramientas de control y disciplina


 Para describir cuáles fueron las herramientas utilizadas por el rosismo para controlar y disciplinar a los que consideraban enemigos del régimen, es necesario considerar algunas cuestiones como: las practicas en el control del disenso y de la oposición política; las formas de control con respecto a la homogeneidad de opinión; y qué momentos dentro del período rosista analiza cada autor.

Las herramientas que Rosas utilizó para controlar y disciplinar a los que consideraba enemigos del régimen, según Gelman, Lynch, Salvatore y Di Meglio, fueron: la legislatura, los jueces de paz; la prensa y propaganda; la policía; y a la iglesia. Se buscaba que la misma homogeneidad de opinión aplicada en la campaña se viera reflejada en la ciudad.
En primer lugar el control de la legislatura – criatura del gobernador según Lynch, además del poder Judicial, concedido por la suma del poder público, donde el ejecutivo goza de poderes extraordinarios cuyos límites serian establecidos por él mismo. Consistió en una de las herramientas que más autonomía le proporcionaba a Rosas, pues le confirió la facultad no sólo de hacer las leyes, sino que las interpretaba, las cambiaba y las aplicaba. Lynch lo define como un poder sin limites, el autoritarismo total, al obtenido 1835. Estas facultades dieron sustentabilidad del régimen, y la posibilidad de controlar todo y todos. Los autores concuerdan que la absoluta prioridad era la idea de que el pueblo debía apoyar de forma unánime al gobierno federal. Para ese fin se presentaron dos medidas especificas: las elecciones, aunque regulares, seguían con lista única, la oficial; y los plebiscitos, a fin de corroborar aceptación publica de otorgarle a Rosas la suma del poder público. Ambas contribuyeron a consolidar el régimen de unanimidad y la hegemonía de Rosas. De los autores, Lynch es que trabaja cómo esta herramienta influyó para la consolidación de la política rosista.

En segundo lugar, otra herramienta son los jueces de paz. En relación a sus funciones, tanto Salvatore como Di Meglio están de acuerdo que estos elaboraban clasificaciones, informes en los que se confeccionaban los perfiles políticos de los vecinos porteños, los considerados de alguna forma unitarios quedaban excluidos de cualquier función publica o militar y recibían vigilancia especial por parte de las autoridades. La sospecha, o de facto ser unitario, resultaba incriminatorio y desventajoso ante cualquier pleito en el que se viera el individuo, pues eran enemigos del régimen. Asimismo Salvatore añade, que encontrarse en ellas conllevaba estar sujeto a golpizas, prisiones, intimaciones, confiscaciones y últimamente el asesinato. Estas medidas hacían recordar los peligros de escapar a la homogeneidad de opinión. Además Lynch, presenta como misión de los jueces de paz, luego de la aprobación de la ley del sufragio universal, asegurar que las listas de candidatos oficiales resultaran elegidos, además de cumplir con las funciones administrativas y judiciales, era también comandante de milicia, jefe de policía y recaudador de impuestos. Los intitula, luego de 1829, como criaturas de Rosas, instrumentos impotentes o cómplices de una política expresada en arrestos, confiscaciones, conscripciones, dirigida contra cualquiera que fuera considerado unitario. Igualmente Salvatore y Di Meglio hacen mención del intento de construcción de un sistema de información orientado a controlar las acciones y expresiones de todos los ciudadanos, mediante la confección de listas de unitarios, criminalización de las expresiones en contra de la causa federal, control de las viviendas y de los colores de la vestimenta, había una forma de ser y un aspecto federal o unitario muy marcado en la fisionomía, los atuendos y colores. Además según Lynch, para Rosas lo distintivo tanto de los epítetos de tratamiento como la fisionomía federal constituía un signo de unidad y lealtad, pero en realidad era una forma de presión, pues ellos estaban obligados a mostrar conformidad y sus verdaderas inclinaciones.
En tercer lugar, la prensa, según Salvatore, sufrió la censura previa desde 1833, hecho que generó pocos y moderados opositores. Y los que apoyaban su gestión se transformaron en una ayuda crucial para diseminar sus pensamientos y políticas y producir adhesión. Defendían los aciertos del gobierno, procuraban contrarrestar las criticas de los exiliados, estimulaban a la población a desenmascarar y denunciar los unitarios, explotó el patriotismo frente a la amenaza extranjera. Por otro lado Lynch, remonta esta restricción al año 1831, y para el 1832, la suspensión de los periódicos y una prensa efectivamente amordazada. Pasaba así a existir como voceros del gobierno solamente la prensa oficial, entre ellas, la Gaceta Mercantil y el Archivo Americano. Que se constituyeron como uno de los medios de propaganda rosista, ellas explicaban y defendían al régimen, y lo presentaban a Rosas como un defensor del orden, de los intereses nacionales y de la independencia americana. Hubo además un componente social simbólico legitimador del régimen atenuado por la propaganda, que en sus eslóganes dejaba muy claras esos componentes, así como cierta igualdad de clases en el ser federal, donde todos eran escuchados, aunque servían de forma distintas, uno con sus vidas otros con sus bienes. Asimismo Di Meglio, deja trasparecer que cuando el bloqueo Francés fragmentó el poder del sistema, Rosas buscó el refuerzo del apoyo popular, y para ello se sirvió también de la prensa en la formación de opinión. Por este medio direccionó el odio popular hacia el rey Luis Felipe, y no hacia los franceses que residían en Buenos Aires, y así evitar un enfrentamiento armado con Francia. Algunos grupos disidentes entre el 1838 y el 1841 también se valieron de la prensa como una tarea propagandista clandestina contraria al régimen, Gelman los llama de generación romántica. Hubieron unos que creyeron ser la plataforma ideal para luego pasar a una acción más directa creyendo contar con mayor apoyo del pueblo cansado de la miseria y la esclavitud. Estos intentos de derrocamiento se vieron frustrados con las derrotas de Corrientes, de la guerra en el norte con la victoria chilena frente a la Confederación peruano-boliviana.

Otra forma de hacer propaganda eran las fiestas patrias, que también contribuían para control del disenso. Según Di Meglio y Salvatore, en ellas se representaban los principios del federalismo, la necesidad de continuar el esfuerzo de guerra y la gratitud de pueblo federal a Rosas y sus jefes militares. Se buscó también reforzar sus vínculos hacia abajo al optimar la cercanía por ejemplo la valoración de las mujeres en todo el preparo de las fiestas, y con los negros de la ciudad al darles de cierto lugar en las festividades de la ciudad, escuchar sus demandas y a algunos favorecer con libertad, principalmente aquellos que servían a unitarios, según Lynch, que los describía como apoyo sumamente útil en las calles y eran parte de sus seguidores populares. De igual forma Salvatore atribuye la identificación con la patria, mediante contenidos emotivos y afectivos a los publicistas del rosismo, que permitian una asociación constante del régimen con la defensa del sistema republicano representativo, además de una exaltación de la defensa nacional frente a las amenazas extranjeras. Se justificaría así todas las acciones para repeler a los que atentaran contra la patria, Rosas se presentaba como salvador y defensor de la misma, hecho que justificaría sus atribuciones excepcionales.

En cuarto lugar, un factor predominante en el control y adestramiento fue el papel que desarrolló de forma oficial y paraoficial la policía. La que en algunas instancias actuaba de forma legal, y parte de ella en algunas otras veces no, diferencias en las que concuerdan todos los textos. De forma institucional y legal, se encargaba de la seguridad urbana, control, denuncia de oposiciones al régimen, reclutamiento de vagos para el Ejército, factores que tenía gran repercusión entre la plebe porteña, y otros además, en la vigilancia política. Según Di Meglio, una de las dificultades presentadas en los otros grupos sociales eran los vínculos barriales, que les permitían utilizar como defensores a personajes fundamentales de la ciudad, como los alcaldes de barrio, los tenientes alcaldes, los oficiales milicianos, los curas y los jueces de paz. Otra seria la legitimidad, dado que no se podía simplemente matar a los opositores utilizando las facultades extraordinarias, acción que justificaría plenamente la acusación de tiranía que los emigrados le imputaban al régimen rosista.

Como paraoficial (no institucional) y con acciones ilegales se presentó la mazorca. Que era un grupo compuesto por parte de los empleados de la Policía en actividad, pero que funcionaba fuera de todo orden, vinculado sólo con Rosas y con la Sociedad Popular, según Salvatore era su fuerza de choque, y para Lynch eran una organización terrorista. En esto residió la diferencia con los otros miembros de la Sociedad Popular Restauradora, que los otros no mataban. Sus acciones consistían en un conjunto de excesos populares contra las casas y las personas de los adversarios políticos o disidentes dentro del federalismo, para intimidarlos y obligarlos al exilio y como en muchos casos, la ejecución. Di Meglio asevera que esta necesidad se manifestaba de forma apremiante en tiempos de crisis, y Salvatore aclara que en particular las crisis políticas o militares. El uso de este cuerpo paraoficial se vio intensificado en el período que va del 1840 al 1842 según Di Meglio, ya para Salvatore residió entre los años que van del 1832 al 1842. Concuerdan que fue un terror selectivo centrado en la elite, matando a unos cuantos por su oposición al régimen, real o supuesta. Desde la perspectiva de Di Meglio eso promovió una adhesión más expresiva de la elite porteña a la Sociedad Popular, que temían por sus vidas y bienes, esa filiación podía ser un seguro contra cualquier duda acerca de su fidelidad federal y la gran posibilidad de sufrir una agresión.

Tanto Salvatore como Di Meglio concuerdan que la elite porteña consistía en el mayor problema para el régimen, pues estaban muy politizados y divididos internamente además que dominaban la economía de la provincia. Mientras algunos eran genuinamente federales, otros o habían sido unitarios o querían el fin del sistema de excepción. El mantenimiento del orden era lo que ella preciaba, pero el bloqueo francés puso eso en duda, además la política rosista y la aparente unanimidad empezó a resquebrajarse. Otra forma de controlar la elite para Di Meglio, fue la mejora en la relación con los negros que posibilitó a Rosas tener ojos y oídos en todas las casas aristocráticas, y de esa forma la elite estaba constantemente vigilada. De la misma forma, Lynch afirma que los negros fueron usados para dos propósitos: el servicio militar y el espionaje. También presenta a los artesanos que le sirvieron como otro grupo de controladores, dado su gran influencia en el cotidiano, y que en su mayoría estaban en Buenos Aires. La existencia de una sociedad que se patrullaba a si misma permitía que la oposición política estuviera bajo constante vigilancia. Aun la elite que era la beneficiaria y sostén principal del régimen rosista, tuvo un rol protagónico en la crisis de las bases de sustentación del poder. Lynch presenta a la elite como indispensable para el régimen, en una sociedad altamente polarizada y en la que el status y poder era conferido por la gran estancia, los estancieros eran los que tenían poder en la ciudad y en el campo dominaban absolutamente todo, ellos fueron los que votaron a Rosas para el poder y continuaron votándolo.
Los autores concuerdan que tanto la conspiración de Maza como la Rebelión del Sur, ambas delatadas en 1839, fueron protagonizadas por, como dice Gelman, los buenos federales. La última, producto de la reacción de los buenos federales en contra de la reforma de la enfiteusis, el aumento del canon, la limitación de la duración del contracto y venta de parte de la tierras publicas, en un contexto de bloqueo y el intento de una contribución directa. Para contornar esa situación Rosas prometió premios materiales y honores a los que se mantuvieran del lado rosista, eso contribuyó a la victoria y al aumento de las reacciones en contra de los unitarios. Ellas tuvieron como resultado el juicio legitimo de Ramón Maza y su fusilamiento, y por manos de la Mazorca el asesinato de Manuel Maza, el presidente de la Sala de Representantes, del que Rosas acusó públicamente los unitarios. Con el aumento de la violencia, entre el 1840 y 1842 la población dejó de utilizar todo lo que se le pudiese relacionar como unitario, y mostrar adhesión al régimen, tanto por convencimiento o para no ser molestados. Salvatore presenta la seguidillas de asesinatos a opositores como crímenes del año 40, ya Lynch los menciona como los peligrosos años 1839 a 1841.
Y por último, la contribución de la iglesia a esa política de adestramiento y eliminación de la oposición fue contextualizar la legitimidad sacralizada de la causa federal. En la crisis del 1839 el establecimiento de las ceremonias idolátricas y adulación a la persona y obra del restaurador. Rosas impulso a los sacerdotes a terminar sus sermones afirmando su apoyo a la causa además de la exhibición de su retrato en las iglesias, que recomendaran el uso de la divisa punzó, hecho que según Lynch produjo la expulsión por decreto del 22 de marzo de 1843 de los jesuitas por no querer cumplir con estas normas. Esto producía una difusión de la santa causa, y una demonización – según Di Meglio- de sus opositores lo que permitía su eliminación consensuada.
Los autores analizan distintos momentos del gobierno rosista. Mientras que Ricardo Salvatore presenta un análisis de los dos periodos de gobiernos de Rosas, Gabriel Di Meglio en su disertación se dedica apenas a la segunda parte de estas gobernaciones particularmente en el bloqueo francés, Jorge Gelman es el único en presentar una lectura desde el campo tanto de las crisis del 1838 al 1840 como de la rebelión de los Libres del sur, por ultimo John Lynch menciona el primer gobierno pero se centra en la segunda etapa de gobernaciones.
En una sociedad sin partidos políticos, y formas de comunicación escrita muy limitadas y un electorado prácticamente analfabeto, en el que la política no se encontraba separada de la vida cotidiana, era posible hacer política desde distintos ámbitos, y de diversas formas. Los rumores, las canciones y los chistes que circulaban en las pulperías, los cuarteles y los fogones formaban parte de la política tanto mas que lo que ocurría en Palermo o en las redacciones de los periódicos de la época, de ahí la necesidad imperiosa de inmiscuirse en todos los ámbitos, pero el incipiente desarrollo del aparato estatal, impidió que el Estado, supuestamente igualitario, controlara la totalidad de la vida social y privada de los ciudadanos.   


Textos Utilizados:
John Lynch, “Leviatán”, y “Patrón y peón”, en: Juan Manuel de Rosas, 1829-1852.  Buenos Aires, Emece. 1984. Cap. 5, pp. 164-192 y cap. 3 101-134.
Jorge Gelman, “La crisis de 1838-1840 y la rebelión de los Libres del Sur” en,  Rosas bajo fuego.  Buenos Aires, Sudamericana, 2009,  pp.47-120.
Ricardo Salvatore, “Expresiones federales. Formas políticas del federalismo rosista”, en N. Goldman y R. Salvatore Caudillos Rioplatenses, nuevas miradas a un viejo problema, Buenos Aires, Ed. Eudeba, Buenos Aires. 1998. pp. 189-222.

Ricardo Salvatore, “La consolidación del régimen rosista” en N. Goldman (Dir.) Nueva Historia Argentina. Revolución, República, Confederación (1806-1852), Buenos Aires, Sudamericana, 1998, pp. 323-380.