El
politólogo brasileño Murilo de Carvalho (Murilo, 1997: p. 81) al analizar la
etapa final de la colonia en el Brasil, presenta como antes de la llegada de la
corte portuguesa no existía algo que pudiera llamarse patria brasileña, sino un
archipiélago de capitanías sin unidad política y económica. Hecho que
contribuía en la dificultad de la construcción del panteón cívico constitutivo
de la identidad nacional, para el cuál era crucial la importancia de la
creación de la figura del héroe.
Afirma que: en primer lugar, existen algunos casos donde los héroes son
precedentes al nuevo orden de cosas; en segundo lugar, en otros casos se
verifican una menor profundidad popular; en tercer lugar, que la creación de
los símbolos no es arbitraria. Nos proponemos explicar estas afirmaciones
teniendo especialmente presente las características de la política y la
sociedad brasileña luego de la independencia. Recordando que los héroes deben
responder de algún modo como soporte de la identificación colectiva, el medio
para llegar de manera eficaz a la cabeza y el corazón de los ciudadanos, ser la
cara de la nación.
Esta
nación, que según el análisis de Benedict Anderson (Buffingtom, 2001: p. 10)
consiste en un artificio cultural imaginario: “limitada” en su extensión por
sus fronteras espaciales; “soberana” por derecho propio; una “comunidad”
concebida como una inmensa confraternidad horizontal conciliada por la
soberanía “popular” de una ciudadanía imaginaria. El concepto de ciudadanía
para Marshall (Murilo, 1995: pp. 9-12) presenta tres elementos constitutivos:
los derechos civiles, que garantizan la vida en sociedad; los derechos
políticos, que garantizan la participación en el gobierno de la ciudad; y los
derechos sociales, que garantizan la participación en la riqueza
colectiva. Donde los ciudadanos pueden
ser considerados plenos si gozan de los tres tipos de derechos, incompletos si
gozase apenas algunos de ellos y no ciudadano aquél que no se beneficia de
ninguno de ellos. En el caso brasileño los derechos políticos persistieron
extremadamente precarios, los civiles prácticamente inexistentes y los sociales
tímidamente presentes, mediante algunas medidas luego de la firma en 1919 del
Tratado de Versalles y del ingreso del país a la Organización Internacional del
Trabajo. La declaración de
independencia que fue en 1822 no presentó cambios notables al pasar de una
forma de gobierno a otra en el progreso de los derechos, dado que la
independencia no significó la conquista inmediata de los derechos de la
ciudadanía. Debido a que no había una sociedad política; no había repúblicos,
esto es, no había ciudadanos.
El
Brasil heredó una tradición cívica poco alentadora, por un lado, una enorme
colonia dotada de unidad territorial, lingüística, cultural y religiosa; por
otro, una población analfabeta, una sociedad esclavista que negaba la condición
humana del esclavo, quien tuvo que esperar hasta 1888 para la abolición de la
esclavitud, aunque eso no significase igualdad efectiva; así como, una economía
latifundista (prácticamente ajena a la ley) y monocultora, también se
desarrolló la ganadería y la minería; además, un Estado policial y fiscalizador
comprometido con intereses privados. La combinación de esclavitud y latifundio
era negativa para la formación de futuros ciudadanos, dado que el esclavo
carecía de derechos civiles, impedía el desenvolvimiento de las clases sociales
y de un mercado de trabajo. Ni mismo los blancos eran todos iguales ante la
ley, sino que el ciudadano común recurría a la protección de los grandes propietarios,
quedando a merced de los más fuertes y de los coroneles, demostrando el
conflicto entre el poder del Estado y el poder particular de los propietarios,
en un Brasil que hasta 1930 era un país rural con una economía exportadora de
productos primarios.
El coronelismo, por su parte, impedía la democracia porque negaba los derechos
políticos, dado que en sus haciendas y territorios imperaba sus leyes, sus
trabajadores y agregados no eran ciudadanos del Estado brasileño, sino súbditos
del coronel.
La
educación luego de la expulsión de los jesuitas en 1759, pasó a manos del
gobierno, pero de forma totalmente inadecuada. En 1872, 50 años después de la
independencia, sólo 16% de la población sabia leer. La aceptación de una
jerarquía social de múltiples estratos continuó caracterizando a la sociedad
brasileña durante la mayor parte del siglo XIX, en donde el paradigma
jerárquico brindó un medio de asegurar el orden social porque disipaba las
tensiones sociales. En el caso mexicano, los nacionalistas reconocieron que
para dotar de vida a su comunidad imaginaria se requería la reconstrucción del
súbdito colonial y uno de los medios era la educación. A la hora del ejercicio
de los derecho civiles y políticos, leer y escribir constituía una poderosa
herramienta, pero no interesaba ni a los señores de esclavos ni a la
administración colonial brasileña difundir esa arma cívica. Se puede verificar en
el Brasil que los derechos civiles beneficiaban a pocos y los derechos
políticos estaban limitados a una parte muy pequeña de la población. En América
española la realidad era muy diferente, a fines de la época colonial había
cerca de 23 universidades, tres de ellas en México.
Desde
el contexto presentado queremos analizar la construcción del panteón cívico
constitutivo de la identidad nacional. En primer lugar, existen algunos casos
donde los héroes son precedentes al nuevo orden de cosas o el surgimiento de la
nación moderna, como en el caso de la América española. En la que el proceso
independentista se dio mediante grandes campañas de liberación con movilización
tanto de ejércitos y caudillos libertadores como Simón Bolívar, José de San
Martín, Bernardo O’Higgins o Antonio José de Sucre, como de jefes populares, en
el caso mexicano de Miguel Hildalgo y José María Morelos. México aspiraba la
condición de nación moderna, luego de la independencia, y pese a casi un siglo
de guerras civiles por el control político, en su mayoría las elites mexicanas
definieron el progreso político económico y social en términos nacionalistas.
En el cual una colectividad marcadamente heterogénea pasó a ser el “pueblo”
mexicano, al menos en la imaginación oficial, además la clase gobernante aplicó
un nutrido repertorio de políticas sociales para inducir la formación de
auténticos ciudadanos. Porfirio Diaz, así como algunos invetigadores han
señalado la importancia de actividades estatales como la educacion pública
laica para la consolidación nacional, así inculcar valores modernos y fomentar
la identidad nacional a través de una reconstruccion del pasado en la que
insistia o se imaginaba como la experiencia historica común a todos mexicanos.
En
segundo lugar, refiriéndonos al caso de Brasil en el que desde la colonia hubo
pocas manifestaciones cívicas y con movimientos independentistas de menor
profundidad popular. Donde aun cuando el pueblo lo apoyó no tuvo en ella un
papel decisivo en comparación con los Estados Unidos e incluso con la América
Española, de esta forma sería incorrecto afirmar que fue fruto de una lucha
popular por la libertad. El Brasil no tuvo una larga y sangrienta guerra de
independencia, sino que fue un proceso pacífico y negociado. En el cual los
principales jefes de la independencia fueron el hijo de rey de Portugal, el
príncipe don Pedro y un alto burócrata metropolitano brasileño, José Bonifacio
de Andrada e Silva. Quienes lograron la independencia de Portugal luego del
pago de una indemnización de dos millones de libras esterlinas, convenida
gracias a la mediación inglesa. De este modo se había independizado sin
convertirse en nación y sin alterar su estructura social ni el concepto de
individuo dentro de ella. El Brasil colonial estaba conceptualmente dividido en
estados, aunque no pueda ser considerado como ejemplo acabado del modelo
estamental dado que vivía dos vidas simultáneamente: una del Ancièn Regime, de órdenes y jerarquías
horizontales, y otra, nueva, en la cual los ciudadanos ejercían poder de manera
igualitaria, eligiendo a sus representantes a través de comicios, pero en donde
los valores de la libertad individual no pesaban mucho.
Luego de la independencia se implantó un
gobierno al estilo de las monarquías constitucionales europeas. El
constitucionalismo exigía la presencia de un gobierno representativo, basado en
el voto de los ciudadanos y en la separación de poderes políticos. Constituido mediante
una elección indirecta, frecuentada por muchos, sea porque los convocaban sus
patrones, las autoridades, los jueces de paz, los delegados de la policía o los
comandantes de la Guardia Nacional. Con un voto masculino adulto y de carácter censitario, en
el cuál los analfabetos podían ejercer su derecho, aunque esto último fue
restringido luego de la reforma de 1881 y sin cambios tanto luego de la
proclamación de la República en 1889, como durante el gobierno de las
oligarquías estatales o coronelismo. Muchos de ellos jamás habían votado
durante la colonia, tampoco sabían qué significaba un gobierno representativo, además
como no fue revolucionario el aprendizaje democrático tuvo que ser,
forzosamente, lento y gradual. La ideología liberal en la medida en que se
preocupaba por promover la igualdad, destruyó el lugar particular que se había
reservado para los negros y mulatos dentro del viejo sistema de una sociedad de
órdenes, no tomó en cuenta la esclavitud sino que la hizo un lado como si no
existiese, fue vista como un mal necesario pero no positivo con un racismo
implícito en los abolicionistas pasando luego de la abolición a un racismo
científico. Esta nueva ideología repercutió directamente sobre el destino de la
gente de color en la restricción del derecho a portar armas por parte de los
negros libres, o la organización por separado de milicias armadas en un
ejército en que sus filas estuvieron predominantemente formadas por
afrobrasileños, extintas luego de la independencia, aunque aquellos que
pertenencias a los rangos militares más bajos fueron relegados de sus cargos.
Repercutió también en las cofradías o las irmandades
como estructuras comunales de contención y ayuda mutua, dado la aplicación de
principio del capitalismo como la igualdad e individualismo y una mayor
secularización que contribuyó a que el Estado no las considerase como
expresiones de intereses de grupo. En su lugar se originaron los cantos, que
eran grupos de hombres libres y esclavos, disponibles para ser contratados.
También trascendió en la imitación para participación en las elecciones dado
que lo criados de servir serían excluidos, siendo los agregados clave del éxito
electoral, Brasil se erigía como una democracia racial. De esta forma el
liberalismo y la introducción de una sociedad de clases significaron menores
oportunidades y una existencia mas dura para la gente de color en Brasil.
En
esta sociedad rural dominada por grandes propietarios, el pueblo a menudo
encontraba otras formas de manifestarse, aunque ninguno de los levantamientos
populares tuvo un programa y ni siquiera ideas claras sobre sus
reivindicaciones sino que luchaban por los valores que amaban. La yuxtaposición
del carácter multirracial de la sociedad y la continuación de la esclavitud
negra en todo el territorio presentaba problemas especiales para la
configuración de una ideología coherente, en sintonía con eso, muchos
abolicionistas aducían la razón nacional como justificativa para su causa. La
esclavitud consistía también en un peligro para la defensa nacional, pues impedía
la formación de un ejercito de ciudadanos y debilitaba la seguridad en la
retaguarda, además muchos libertos también tenían esclavos. Para miles de
esclavos no existía ni un mínimo de libertad individual y mucho menos
ciudadanía, los esclavos en cuanto propiedad constituían una categoría
regulada; pero lo negros libres no eran legalmente diferentes de los blancos y
con escasas excepciones, desaparecían de las leyes, presupuestos y discursos
oficiales, educación y empleo. De esta forma el prejuicio racial en Brasil ha
dado origen a un siempre cambiante, ambiguo y mal definido juego de encuentros raciales.
A
fines el siglo XVIII estallaron cuatro revueltas, tres de ellas encabezadas por
elementos de la élite, en su mayoría para protestar contra la política
metropolitana y a favor de la independencia de ciertas comarcas de la colonia.
Dos tuvieron lugar en donde se hacia sentir la fuerza del fisco con mayor peso
que es la región de minas de oro y diamantes. El movimiento conocido como
Desconfianza Minera (1789), que fue reprimido antes de que los rebeldes pasaran
a las vías de hecho, estaba encabezado por militares, hacendados, sacerdotes,
poetas y magistrados quienes intentaron establecer en Minas Gerais una
república independiente. Una revuelta de tipo racial y social tuvo lugar en
1798 en Bahía, la cual fue reprimida con rigor, estaba encabezada por militares
de baja graduación, artesanos y esclavos, casi todo negros y mulatos quienes
luchaban contra esclavitud y el dominio de los blancos. La Revolución
Pernambucana o Revolución de los Padres (sacerdotes) en 1817, fue la última y
más importante del período colonial, llegaron a controlar el gobierno durante
un par de meses, hasta que fueron derrotados, estos rebeldes eran militares de
alta graduación, comerciantes, propietarios y sacerdotes quienes proclamaron
una república independiente que además de Pernambuco incluía las Capitanías de Paraíba
y de Rio Grande do Norte, se hablaba de patriotas y no ciudadanos, pero de un
patriotismo pernambucano y no brasileño.
En
tercer lugar, refiriéndonos a como la creación de los símbolos no es arbitraria,
es importante entender que el Brasil era una construcción política unido por la
continuidad geográfica, un acto de la voluntad nacido más de la mente que del
corazón, puesto que la identificación emotiva era con la provincia. Aun después
de la independencia la idea de patria continuó siendo ambigua, dado que el
patriotismo continuaba siendo provincial, de esa forma la bandera de la
República, el himno, la leyes nada tenían que ver con el Brasil. Eran siempre
referidos, al territorio de la capitanía y a sus recursos naturales, los
argumentos que presentaban a favor de la independencia. Como careció de un
proceso de luchas por la libertad alguno de los factores que más contribuyeron
a la formación de identidad brasileña fue: el movimiento abolicionista (1881);
la proclamación de la Republica (1889); la guerra del Paraguay (1865-1870). En
esta guerra se verificó un autentico entusiasmo cívico, manifestado tanto en
los batallones patrióticos, como la aparición de la bandera nacional en los
periódicos y revistas, así como en las poesías y canciones populares la lealtad
a la patria aparecía por sobre la debía a la familia o provincia.
Si
bien la República fortaleció las lealtades provinciales en detrimento de la
lealtad nacional, tuvo mayor adhesión de las élites económicas y de los
sectores urbanos medios, pero contó con una marcada resistencia de los
movimientos populares. La población a pesar de que no participaba en la
política oficial, de que no votaba, tenía alguna noción sobre los derechos de
los ciudadanos y los deberes del Estado, aceptaban al Estado siempre y cuando
no violase el pacto implícito de no intervenir en su vida privada y de no
oprimirlo con impuestos excesivos. Conscientes de la falta de apoyo popular los
republicanos intentaron legitimar el régimen manipulando los símbolos patrios y
creando un panteón de héroes republicanos, buscando quién podría funcionar como
encarnación de la ideas y aspiraciones populares, como punto de referencia, un
símbolo colectivo poderoso al servicio de la legitimación de la República, que
cumplía con los requisitos para ser considerado héroe nacional. Como la bandera
y el himno ya consistían en símbolos cívicos y los fundadores de la República
no contaban con asenso popular, se recurrió a la figura de Tiradentes uno de
los jefes de la Desconfianza Minera. Este movimiento fue delatado por Joaquín
Silvério de los Reyes al gobernador de la provincia, a cambio del perdón de sus
deudas con el gobierno. Los inconfidentes fueron arrestados y condenados.
Mientras Tiradentes fue ahorcado y tuvo su cuerpo descuartizado, los otros
fueron exiliados en África.
La
Inconfidencia Minera se transformó en símbolo máximo de resistencia para los
mineros, a ejemplo de la Guerra de los Farrapos para los gauchos, y de la
Revolución Constitucionalista de 1932 para los paulistas. Seguramente la
elección de Tiradentes como héroe nacional también se dio por la trascendencia
de su ubicación geográfica, dado que a partir de la mitad del siglo XIX, su
capitanía era considerada como una de las que estaban en el centro político del
país. Su trascendencia popular pudo ser notada por varias cuestiones: por un
lado, la conmoción popular que generó su condena y ejecución, evidenciada en la
tristeza popular cuando en Rio de Janeiro los ahorcamientos eran ocasión de
gran excitación y regocijo; por otro, la adopción de la bandera que idearon por
el estado de Minas Gerais con su lema "Libertad, aunque tardía” en latin;
así como, su figura de mártir que supo morir sin trazos de temor pues se
sacrificaba por un ideal, elevado como el Cristo de la multitud. Esta fue recuperada por los pintores con
similitudes a la figura de Cristo, en el semblante de paz frente a los
acusadores, se presentó como el mártir ideal e inmaculado en la blancura de su
túnica de condenado, dado que la conjura no pasó a la acción concreta esto lo
eximió de derramamiento de sangre. Sino que la suya derramada era simiente de
cristianos, una víctima no sólo del gobierno portugués sino que también de sus
amigos, de un nuevo Judas. Aunque no había ningún retrato de Tiradentes hecho
por alguien que lo hubiese conocido personalmente, se desarrolló una simbología
cristiana que lo presentaba con barba y pelos muy parecidos a los que se
presentan el mesías cristiano, aunque como segundo teniente, el máximo
permitido por el Ejército portugués sería un ligero bigote. Durante el tiempo
que pasó en la prisión, Tiradentes, así como todos los presos, tenía
periódicamente los cabellos y la barba recortados, para evitar la proliferación
de piojos y durante la ejecución estaba calvo con la barba hecha, pues el pelo
y la barba podrían interferir en la acción de la cuerda.
Después
de la proclamación de la República la construcción de su figura como héroe se
intensificó, y el culto cívico devino en la declaración del 21 de abril, día de
su sacrificio, en feriado nacional en 1890.
Una simbología manifestada en la horca equiparada a la cruz, Río de
Janeiro a Jerusalén, el Calvario al Rocío. Aunque la del inconfidente fuese una
doble pena: la muerte por horca y repudio como sacrílego. En una país que
profesaba el catolicismo, la decapitación era una pena durísima, dado que para
la iglesia católica simbolizaba un impedimento para el goce de las vías de
purgación para vida eterna, a la que debería ingresar el cuerpo por completo.
Bibliografía:
Buffington,
Robert, Criminales y ciudadanos en el México moderno, Buenos Aires,
Siglo XXI, 2001, "Introducción”.
Graham,
Richard, “Ciudadanía y jerarquía en el Brasil esclavista”, en Sabato, Hilda
(coor.), Ciudadanía política y formación de las naciones, FCE y el
Colegio de México, México, 1999.
Murilo de
Carvalho José, “Tirandentes: un héroe para la República”, en La formación de
las Almas. El imaginario de la república en el Brasil, U. de Quilmes,
Buenos Aires, 1997.
Murilo de
Carvalho, J, Desenvolvimiento de la ciudadanía en Brasil, Fondo de Cultura
Económica y el Colegio de México, México, 1995.
[1] Ellos funcionan como encarnaciones de ideas y
aspiraciones, puntos de referencia, símbolos colectivos poderosos al servicio
de la legitimación de regímenes políticos de las naciones modernas. Murilo de
Carvalho José, “Tirandentes: un héroe para la República”, en La formación de
las Almas. El imaginario de la república en el Brasil, U. de Quilmes,
Buenos Aires, 1997, pp. 81-82.
[2] Este es un concepto importante a la hora de definir la construcción
del mito de origen de la República, pues nos remite al grado en que el
individuo tiene el goce de la ciudadanía y la sensación de pertenencia a una
comunidad. Murilo de Carvalho, J, Desenvolvimiento de la ciudadanía en
Brasil, Fondo de Cultura Económica y el Colegio de México, México, 1995, p.
11.
[3] En la última década del imperio (…) café, 60%; azúcar, 12%; algodón
el 10%. Idem., p.45.